sábado, 15 de mayo de 2010

ELHUERTO, TERCERA PARTE

Un poco más adentro se pavoneaba la acacia con sus defensoras púas; pero los traviesos gorriones la elegían para camuflarse en su tupido ramaje. Mas allí estaba Antonio Calero, aquél hábil tirador de todo armamento, que los descubría y descolgaba en silenciosos disparos de su tirachinas, poblando aquella vertical del espacio de pequeños copos de plumas de sus débiles cuerpecitos…¡Qué inconsciente asesino!, pero era mi amigo y yo, su confidente “tragón”.¿Qué ricos estaban con su ajito picado…También tengo memoria de otras dos higueras que completaban aquel espacio de terreno.. Una producía higos negros y otra los daba blancos..¿Cuales eran más dulces? Pues, al cabo de tanto tiempo no voy ahora a entablar conmigo mismo una competencia de comparaciones, si realmente existía muy poca diferencia. ¡Eran tan ricos unos y otros!

Pero, ¿por qué estoy contando esto? ¡Ah, seré bobo! Pues, ¿por qué va a ser? Acaso esas cosas de la infancia se pueden olvidar así como así? No, ¡hombre, no.! Hay que tener memoria! Casi en el centro de esta arboleda estaba el consabido pozo; el pozo viejo. Sí, allí estaba aunque fuese para constituir un peligro para los inocentes… No olvido aquel día que, alborozados los niños, y tristes los mayores, todos esperando el resultado de alguien que se ingenió, en sacar del fondo de aquellas aguas, el bello animal que, posiblemente atraído por el líquido espejo, vino a caer en la trampa final de este mundo. Era un pavo real que el novio de mi hermana habíale regalado por su onomástica.

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Rafael 1957