lunes, 21 de junio de 2010

¿SUEÑO?,¿VERDAD? ¿VIVENCIAS...?

Con aquellos amigos que ya se fueron físicamente, y algunos otros, nos encontrábamos en la plaza más renombrada y antigua de Córdoba: La del Potro, esa que, desde tiempos inmemoriales fue y sigue siendo la más litereria de esta pablación; pues todos los que manejaron la pluma con gran maestría y acierto y los que aún con modestia continuamos haciéndolo, jamás podemos echar en el olvido que, en la antigua posada de esta plaza se alojó el padre de las letras castellanas, nuestro insigne don Miguel de Cervantes, y que allá en los viejos tiempos cuando en la mencionada plaza se solían hacer los tratos y trueques del diverso ganado que allí reunían los tratantes para su negocio....

Pues sí, allí en el centro donde se contruyó la fuente exagonal donde un potrillo alzado de manos hace recordar su origen de rastro de ganado, con esos caños vomitando fresca y abundante agua, en el silencio cordobés de aquellos tiempos, en la nocturnidad de sus espléndidas noches, nos encontrábamos muchos compañeros de aquella peña que en el año de 1953 fundamos unos cuantos amigos del arte andaluz...

Yo veía cómo mis grandes amigos y tocaores de guitarra, Pedro Lastre y Pepe Baena, tocaban al unísono unas seguriyas que yo le cantaba con aquella previlegiada voz y garganta con que Dios me había premiado.

Los vecinos de aquel típico barrio, en vez de molestarse, abrían ventanas y balcones, y sus aplausos confundíanse con el rumor de la caída del agua sobre el pilón de la típica fuente que, a aquellas horas de la noche no era nada menos que un delirio musical andaluz que un día ya lejano heredamos de la raza árabe cordobesa...
No sé decir, si esto que cuento es verdad, es sueño, añoranza o debilidad mental de un viejo recuerdo vivido en otros tiempos. Sólo con certeza puedo decir que, cuando me vi totalmente despierto en mi cama, la humedecida almohada me mojaba la mejilla...

Rafael

sábado, 19 de junio de 2010

POBRE NIÑO, TERCERA PARTE

Aprisa, por favor, --gritaba la mujer—con voz descompuesta y nerviosa.

Reemprendí la marcha con algo de más velocidad que lo accidentado del camino permitía, mientras escuchaba los lloriqueos, entre dientes, de aquel padre que no podía concentrar su ánimo de hombre al que, su mujer animaba con palabras d esperanza.
Yo miraba al chiquillo con disimulo, y el desfondado ánimo del padre me daba la razón
del estado de gravedad del enfermo… “¿Usted sabrá cual es el pueblo más cercano, verdad?”, me preguntó la mujer con palabras cada vez más excitadas, mezcla de pena y esperanza, queriéndome agradecer con la triste mirada de sus ojos, el primer remedio para la salud de su hijito.

--Sí, lo sé pero esa no es mi ruta.

--¿Qué usted no va para ese pueblo?

--No iba; ahora iré para donde sea menester.

Casi no me dejó terminar la frase, y asiéndose con sus nerviosas manos a mi brazo derecho, me repetía, casi rayando en la demencia. ¡El Dios se lo pague!

Por una de las muchas curvas que, creo aún hay por la entrada de ese pueblo, me hizo el alto la pareja de la Guardia Civil dispuestos a sancionarme por estimar que mi vehículo circulaba a más velocidad de la imitada y de las circunstancias que el camino permitía… Les Expuse el motivo, y los dos guardias miraron al enfermo y luego se miraron entre sí. Arranque pronto y váyanse –dijeron--.

En mis años de profesión, sólo en este especial caso, vi a la autoridad ceder ante la infracción.

Unos días después, cuando regresábamos de nuestro habitual cargamento de ese extenso y bonito Valle de los Pedroches, nos detuvimos frente a aquella astrosa casilla de peones camineros; subimos a preguntar por el enfermo, pero ya no vivía allí aquella familia. El niño,(nos dijeron los nuevos empleados) ya se encontraría por los caminos del cielo entretenido el juego de la paz y la eternidad. Los padres, ante la mayor desesperación por la pérdida de lo que más se quiere en este mundo, no sabían ellos el camino que habrían emprendido buscando un consuelo para tan tremendo dolor.

Rafael.

POBRE NIÑO, SEGUNDA PARTE

Con mucha antelación a que coronásemos la cuesta, salió de aquella casucha una mujer despavorida haciendo la señal del ¡alto! Apartándose los abundantes y enmarañados cabellos de su descompuesto rostro, se puso en medio de la calzada decidida a que se detuviese quienquiera que fuese el que conducía aquel auto que a ella se aproximaba….Así lo hice yo y le pregunté: ¿Qué desea usted, señora?
La mujer me respondió con palabras un tanto atropelladas: ¡Por favor, llévenos al pueblo más cercano!. Precisamos a un médico; tenemos a nuestro hijo muy malito…Esperes, espere un momento; ya viene mi marido con él”. Y si como un extraño agente superior comunicase a sus manos una fuerza monstruosa, púsolas apoyadas sobre el camión con el instintivo fin de inmovilizarlo…¡Como si yo intentase eludir su petición y ruegos de madre!

Por unas escalerillas terrizas que descendían hasta la carretera, bajaba el hombre con el muchacho en brazos…”Mírele, señor, qué malito está—decía la mujer---sin despegar sus manos del capó del camión, como si su débil fuera femenil fuese la que tenía detenida a la potente máquina.
A aquel hombre parecía como si sus fuerzas se le fuesen agotando por momentos para terminar de bajar los peldaños que quedaban hasta la cuneta, con su hijo en los brazos; se le doblaban las piernas, y las extremidades superiores se le alargaban tanto que, daban la sensación que iba a caer de un momento a otro con aquella muralla de amor que comenzaba a desmoronarse de esta vida y que aprisionaba sobre su pecho.
Mi ayudante, como presintiendo y mal grave, dio un salto con la agilidad de su juventud y se encaramó en la caja del camión, dejándoles sitio a estos necesitados para que subieran a la cabina y se acomodaran con el niño enfermo…

POBRE NIÑO.

¡POBRE NIÑO!

Aquella madrugada habíamos salido para un pueblo de la sierra: Era verano. Un verano de esos que asfixia a los segadores junto a las mieses y derrite el alquitrán de las carreteras haciéndolo correr a chorros semejante al alpechín de los molinos de aceite. Aún por la madrugada, no se había sofocado ese calor que anunciaba otro próximo día de horno ardiendo…¡Qué bochorno dentro de la cabina del camión! Por ambas ventanillas abiertas, el aire quería mostrarse acariciador, pero estaba muy lejos de serlo, porque no era fresco. Sólo el olor a pino en que venía envuelto, hacíalo más apetecible
Conforme nos íbamos adentrando por Sierra Morena, ese bonito regalo que la Naturaleza nos premió a los de esta comarca, uno de los escondrijos que fuera un día de aquellos bandoleros que la injusticia hacía criar y crecer por la pobre Andalucía de aquellos tiempos, reales o imaginarios, como fueron José Mª “El tempranillo” o “El Plumita” de Blasco Ibáñez y… otros muchos.

La rosada aurora comenzaba a tintar la tersura del cielo, y los faros de vehículo iban dejando de surtir el efecto que la luz produce en la oscuridad. Mi ayudante hacía rato que no me hablaba ni me ofrecía tabaco; mas, yo iba bien, iba en lo mío.
Desde que empezamos a subir una larga pendiente, se divisaba como montículo de nieve en la cresta de una oscura montaña, sobre peñascos de granito y altas jaras, la blancura de la casilla del peón caminero.

viernes, 11 de junio de 2010

ELGÍA A M, HERNÁNDEZ, SEGUNDA PARTE

No sé si te lloraron mucho aquellos días,
pues los llantos estaban muy repartidos:
Callejones de ayes y suspiros,
plazas con crespones y negros mantos,
paseos con recuerdos de agonía,
avenidas de llantos y más llantos
y un todo de confundida algarabía...

Y tú, sin ignorar tanto lemento
quedaste sobre la tierra fosca y fría
haciéndole gozar a la muerte con tu cuerpo,
aquel que nadie más con vida lo vería.

Te apartaron lentamente para siempre
del cariño de tus seres queridos,
de la paz tranquilila de tu herto,
de la creación de su naturaleza
donde te inspirabas y te sentías contento.

Otras ovejas, que aún pacen, se detienen
al oír aquellas otras compañeras
y miran alos setos de tu huerto:
naranjo, peral,ruiseñor y fuente,
motivos todos, que un día fueran
de tus creaciones primeras, cuando
todavía eras un noble adolescente.

Mas al verte hombre de repente,
te miraron con dolor y pena,
pues todavía tienen presente
tu vida desgraciada, inquieta,
aunque no obstante, te respetaron
y a tu muerte, con dolor lloraron
a su mejor pastor; a su mejor poeta.

¡No pude tener tu amistad ni un día!
Pero tanto has calado en mis sentimientos
al leer detenidamente tu poesía,
que llegué a jurar, y aún te lo prometo,
de visitar tu tumba cualquier día,
y allí, en el silencio amado y triste,
de muertos,ni nichos y de fosas,
contarte lagarmente de esta vida
que, aún sigue siendo ingrata,
si no todas, ¡muchas muchas, muchas cosas!

Rafael. Año de 1967

miércoles, 9 de junio de 2010

POREL PASEO MARÍTIMO,TERCERA PARTE

Allá al fondo del todo, entre las “cañaejas” que separan la miserable industria del viejo maquinista del paseo marítimo, existen las deplorables viviendas cargadas de miseria, de los desheredados de la fortuna. Los hijos de estas familias no pueden viajar en tren; no tienen dinero para sacar el billete aunque se trate de un mísero tren. Así está dispuesta esta vida…
Ya íbamos llegando al final del recorrido, donde el llano de la feria se nos hizo presente, pero antes de su término, en una rampa de cemento que da acceso al mencionado lugar, un ignorado pintor había incrustado la dolorosa imagen de un Cristo que tal parecía que hablaba a los viandantes con su bondadosa mirada.
El viejo legionario se quedó mirando a aquella Faz, y extendiendo uno de sus brazos hacia las referidas chabolas dijo y preguntó: “¿Qué pensará el Señor allá arriba, de las injusticias y desigualdades de aquí abajo”?

Rafael.

POREL PASEO MARÍTIMO,SEGUNDA PARTE

Seguimos caminando hasta el final del paseo. Allá al fondo nos topamos con un minitrén, del cual y de su dueño, me contó la “historia” “Aquel hombre, seco como un junco, de rostro afilado y nariz de indio, había sido maquinista de la RENFE. Cuando le llegó su jubilación se le hacía insoportable acoplarse a la inactividad. Se desesperaba viviendo así. Un cuerpo ágil, sin grasa ni vientre, ¿cómo iba a sentarse en un sillón para el resto de sus días? Lo suyo era manejar los mandos de una locomotora, y él tenía que continuar ejercitando su viejo oficio, y se le ocurrió montar un minitrén de feria, que bautizó con “El tren de la Alegría”.

Allí concurrían casi todos los niños de los veraneantes para viajar en aquel artefacto, gusano mecánico que giraba alrededor de un simulado túnel cubierto por una mugrienta lona de descoloridas franjas y que, al finalizar su trayecto, derramaba, bondadoso, unos juguetillos de plástico para su infantil clientela. ¡Cómo disfrutaban allí los niños día tras día en sus continuos viajes de rotación!

POR EL PASEO MARÍTIMO,PRIMERA PARTE

POR EL PASEO MARÍTIMO

Como cada día, yo iba dando mi paseo matinal con ese compás que aún me queda, cual rescoldo de mis años de juventud. Él llevaba otra marcha más en consonancia con su edad, pero llena de esa marcialidad y rectitud de su doctrinal disciplina.
Con una voz retumbante cual saliese de la oquedad de una caverna, ronca por el tabaquismo, indomable vicio de su juventud, contestó a mis ¡buenos días! y hizo un esfuerzo acelerando su paso para seguir a mi altura. Me di cuenta de su intención, y aflojé mi marcha ante sus deseos.

En la deteriorada epidermis de su brazo izquierdo, se apreciaba claramente un enorme tatuaje; era la imagen de una mujer joven que aún no había “envejecido” a la par de su “lienzo”. Todavía conservaba la negrura de sus ojos , cual poseyese una vida eternas…Aquella mujer había sido su primer amor; y, ¿cómo se olvida eso? Él había tenido el capricho de inmortalizarla en su propia carne.
Cuando le tocó estar en Marruecos y se carteaba con ella,¡qué cosas más bonita e ilusionadas se solían decir! Sobre aquel papel blanco y rayado y el rosa liso que ella le devolvía,¡Cuántas cosas de juventud se contaban…! “Él, en su carrera militar, llegaría lo menos a sargento! ¡Y casi nada era entonces un sargento del Legión!. Luego se casarían como Dios manda y llegarían a ser tan felices como los que así piensan. Pero,¡ay!, la vida no es como cada cuál nos la imaginamos, sino como después a cada uno se nos presenta…”
En su arrugado rostro de vecino de costa, brillaron al sol de la mañana dos lagrimones que rodaron lentamente hasta la comisura de sus labios.

lunes, 7 de junio de 2010

EL PERRILLO, TERCERA PARTE

Después de la lluvia que trajo el temprano otoño, a los pocos días, el campo parecía otro campo. ¡Qué de florecillas habían brotado por doquier! Campanitas amarillas, blancas, azules, malvas… Tal parecía como si un pintor hubiese salpicado sus pinceles a discreción sobre el fondo de una alfombra verde. Del arroyo próximo, subía, en un vaho nebuloso, una suave tibieza acariciando el cuerpo adormecido de tanto placer mañanero.

¡Qué oloroso perfume de las múltiples plantas serreñas viajaba en el invisible viento!
El perrillo, mientras tanto, correteaba por el prado multicolor husmeando con su diminuto hocico las tiernas flores. A veces se me perdía de vista, y luego me lo encontraba detrás de una jara con una oreja encanutada y alerta, como escrutando en el templado viento las casi imperceptibles vibraciones de sus ondas…
Agarré el bastón y le dije que íbamos a dar un paseo por el camino del “Calero”. Él sí me entendió a mí. ¡Qué contento se puso! Emprendimos la marcha paralela al arroyo, lleno de frondosas adelfas y viejos acebuches, y cuando llegamos al cruce de la finca vecina, del terraplén más próximo, como disparado de un cañón salió un conejillo para camuflarse entre los girasoles. Mi fiel acompañante lo vio y lo siguió cuanto pudo, pero al poco volvió con mirada interrogativa: “!¿Donde se habría metido!?” –entendí. ¿quién sabe? Ellos tiene su escondite y los pies más ligeros que nosotros; ¿Cómo, si no, iban a subsistir?
Nos volvimos hacia la cancela de la entrada y él, un tanto sofocado, se fue en busca del cacharro del agua.
Rafael

EL PERRILLO, SEGUNDA PARTE

Cuando voy visitando los árboles frutales, allá en el huerto, viene detrás de mí tirándome bocaditos de cariño en los bajos de mis pantalones obstaculizando mi caminar y haciéndome a veces tropezar con él.¡Qué travieso! Pero es que, además de pequeño, es joven, y ese es, como el de los niños, su trabajo:¡¡Jugar!!
En su territorio no hay quien le tosa. ¡“Cada uno es señor en su casa”! Cuando oye el motor de mi auto, sale loco de contento a mi encuentro. ¡Cuántas fiestas, qué de caricias y agradecimientos cuando husmea el contenido de la bolsa de su comida!
A semejanza del guardián de una obra en construcción que vive su jornada en solitario silencio, él también sufre y soporta, resignado, esa marginada y aburrida soledad donde quizá tenga sobrado tiempo de pensar…¿Quién sabe, qué?

Desanudo el talego y deposito su contenido en el único plato de su “vajilla”, ribeteado de reseca suciedad de su anterior comida; pero él no se fija ni prejuicia detalles.¿Qué más da? Sabe que ha nacido ya siendo perro. Llena su peluda barriguita de las necesarias proteínas y después, con su rosada lengua sorbe un poco de agua como para enjuagarse su dentadura, y ya está dispuesto para echar un ligero sueño a la sombra de la encina grande, que, quizá uno de sus puntiagudos frutos desprendido por el viento, lo despierte de un sobresalto… Después viene hacia mí, me mira fijamente como queriendo confidenciarme algo que yo, torpe, no acierto a entender. ¿Qué me querrá contar? ¿Habrá pasado alguien por el camino fijando su malintencionada mirada en él?
De lo que estoy seguro es que de algo me quiere informar, pero yo lo entiendo.
Qué animalidad la de los humanos no podernos comunicar con otros de nuestro reino!

EL PERRILLO, PRIMERA PARTE.

EL PERRILLO.


No más grande que el ovillo de lana que resbala por la falda de la abuela cuando está haciendo el saquito del nieto, es su blando cuerpecillo. Se podría decir concisamente que no tiene huesos, cual fuese el Platero de Juan Ramón.
No es un perro como otro perro.¡Es muy diferente a otro! Como somos todos los seres.
Son tan puntiagudas y erectas sus orejillas, que parecen dos pitas saliendo de la tierra…¡Qué ojos más brillantes y más negros! Diríase que el carbón queda empobrecido en su color, comparado con la negrura de sus cristales.

Su rabo no es que sea largo, pero muy llamativo por su continuo movimiento, tal como si un resorte mecánico lo moviese. Sus patas (o más bien patitas) que se dejan ver por su peluda envoltura, no son tampoco iguales entre sí; una la tiene más corta…¡Nadie es redondamente perfecto! Él, como otro ignorante cualquiera, parece que se avergüenza de su natural defecto, y esconde su extremidad bajo su peludo cuerpecillo cuando se echa frente a mí, jadeante, por sus locas y alegres carreras. ¿Pensará, como los humanos, cuando queremos ocultad alguna fealdad, física o espiritual, sin darnos cuenta que así es como la estamos mostrando con más exposición?

martes, 1 de junio de 2010

COINCIDENCIAS

Salí con mi amigo “Currillo” por el paseo marítimo, muy temprano por cierto y, aunque está prohibido llevar los perros sueltos, yo me salté a la torera dicha ordenanza.
Caminamos un largo tramo, y no se veía un alma a aquellas horas. Mas un poco más adelante tropezamos con un señor que asimismo llevaba su perro suelto. El mencionado perro de este señor tenía cara de malas pulgas, y cuando vio a Currillo se lanzó sobre él intentando asustarlo cuando lo vio tan pequeñín; pero como las apariencias suelen engañar, aquel animal lo que quería era jugar con Currillo y éste, tomando confianza con aquel, optó por hacer lo mismo.
Aquel señor parecía que no le gustaba que su perro jugara con el mío y se dispuso a cogerlo para amarrarlo. Me di cuenta de su intención y quise hacer lo mismo con el mío, mas ellos dos estaban enfrascados en sus juegos y no se dejaban atrapar.

Aquel hombre, un tanto enfadado gritaba a su mascota pero éste no le hacía el menor caso. Yo comencé a llamar al mío, como es lógico, por su nombre…Currillo, Currillo, ven aquí, pero a Currillo le “suaba” el… hocico de mis llamadas. Yo, cada vez más nervioso y cabreado no dejaba de mentar su nombre. Pero a aquel “sujeto” parecía que no le gustaban mis llamadas y un tanto enfadado me dijo:--Oiga, usted no tiene el porqué minimizar el nombre de mi perro. Quedé absorto sin entender una palabra.
Él cada vez más enfadado, nuevamente se dirigió a mí y me aclaró:-- mi perro se llama Curro y no Currillo. Yo me eché a reí, me acerqué a aquel señor y le aclaré que yo a quien llamaba era a mi perro que se llamaba “Currillo”. El hombre con rostro más amistoso dijo:-- ¡Hay que ver lo que son las coincidencias! Nos estrechamos las manos, atamos a los canes y nos fuimos a tomar un café a un kiosco del paseo.

Rafael

rafael

rafael
Rafael 1957