sábado, 15 de mayo de 2010

EL HUERTO, PRIMERA PARTE

EL HUERTO.


¿Esto del Huerto os puede interesar a algunos de vosotros? ¡No, yo creo que no! Pero como no tengo otra que hacer lo voy a contar por si a alguien le sirve de distraimiento.
Pues el Huerto no era nada más que un pedazo de terreno dentro de la finca de mi abuelo materno donde, uno cuantos árboles frutales se encontraban agrupados en torno a un viejo pozo que ya sus aguas habían sido desacreditadas por la vecindad, y se encontraba en desuso pero que aún tenía agua.
Tal como si ahora mismo lo estuviese viendo, recuerdo de todos los árboles que en aquel Huerto había; pues si a eso se le llama tener memoria, está clarísimo que yo la sigo teniendo.
Había un breval que producía unos frutos tan gordos como trompos del cinco.¡Y no digamos de dulces! Le colgaba en su parte baja una gotita de cristal líquido y transparente que, al tocarlo te llenabas los dedos de aquella gelatina de almíbar, que luego lamías de ordinario chupetón, que hasta la lengua te cosquilleaba. ¡Qué regusto daba hacer aquello! Junto a este breval que refiero, había otro árbol de hojas menuditas, verdes y rojas, pero de un ramaje más complicado. Su fruto, casi esférico, almenado por uno de su polos, si le hincabas el diente, te ponía éste y sus compañeros, largos como colmillo de Drácula: eran
las dulces granadas que se deshacían en partículas graníceas cuando se rompían sus divisorios y agridulces tabiques. Pero,¡cuidado con llevarse las manos a los ojos! “Se ponían malos”. Así recuerdo que me lo decía mi madre.

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rafael

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Rafael 1957