jueves, 13 de mayo de 2010

Carmen la verdulera, primera parte

CARMEN LA VERDULERA.

Hacía ya más de dos años que había estallado la guerra. A Carmen la verdulera le habían fusilado a su esposo porque, hacía ya más de veinte años fue a dar una conferencia a Zaragoza hablando en favor del proletariado. Mas, como todos sabemos, los rencores en la mala gente son enfermedades latentes. Nunca se erradican.

Esta mujer se encontraba sola. Su familia había sido muy corta y todos habían fallecido. Sólo le quedaba un nieto. Era Carmen ya un mujer mayor, pero tenía que seguir viviendo y se buscaba la vida vendiendo verdura por las calles de su barrio donde era muy apreciada por toda la vecindad.
A su nieto le llegó el día que le llamaron para ingresar en la milicia, para defender los intereses de la Patria. Ahora sí que se quedaba sola totalmente. Se habían llevado a la guerra a su “Carlitos” de su alma.

En su absoluta soledad, todas las madrugadas iba tirando de su carrito a los almacenes mayoristas a comprar su género. Lloviese, hiciera frío o cayeran rayos de punta, aquella inclemencia temporal tenía que soportarla para buscarse el pan diario, y aquel trabajo ya le iba pesando a la verdulera que su edad frisaba cerca de los setenta años. Aunque ella iba bien abrigada con su toquilla de lana y su bufanda de punto, no dejaba de sentir el frío invernal, por lo que no estaba de más tomarse una copita de coñac cuando pasaba por la taberna de Hidalgo, aquel hombre rechoncho y bonachón que a parte de su volumen abdominal, era una persona nerviosa y a penas podía dormir, causa por la que, a las cuatro de la mañana ya tenía su taberna abierta para tender a otros madrugadores. Allí a su taberna solía ir asimismo un asiduo cliente que, antes que apuntase el lucero del alba ya se encontraba en casa Hidalgo a tomarse su chicuela de aguardiente.

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Rafael 1957