sábado, 29 de mayo de 2010

A MI ANDALUCÍA.

¡Oh, gran Andalucía!
Puerta del Mediterráneo,
galería de las culturas.

Fenicios, griegos, romanos
y árabes, un extensa dinastía
familia de los Omeyas,
que aquí sentaron sus bases,
en esta Córdoba bella,
junto al caudaloso Betis
el de "doradas arenas"
que riega esta gran Región
con líquido de sus venas...

Bella Andalucía, eres mi pasión,
eres mi alegría y en tu acunación
me meciste en la infacia mía.

viernes, 28 de mayo de 2010

TREINTA DE JUNIO

30 DE JUNIO.

Salí como todos los día sobre la siete de la mañana camino de la playa acompañado de Currillo, con mi camiseta roja y su letrero en el pectoral de “ ESPAÑA VA A GANAR”.
Iba eufórico por el camino que ya he bautizado con el nombre de los “conejos”, cuando de repente veo que Currillo se para junto a una viaja chumbera con una mano alzada y sus negros ojillos fijos en dicha mata. Me acerco a él, y un enorme conejo, que parecía un chivo costeño, salta como una cabra montesa y corre a ocultarse entre las tupidas cañas. El perrillo lo sigue cuanto puede, pero al poco vuelve con gesto interrogante como diciendo: “¿Por dónde habrá escapado?”
--Nada, no te preocupes Currillo, sigamos nuestro camino.

Un poco más adelante veo venir un coche por el mismo camino que nosotros llevamos con sendas banderas de España asomando por sus ventanillas y agitadas por unos jóvenes que, entre jolgorio, risa y vivas a la selección, venían cantando : “Campeones, campeones, campeones….” Me aparté para dejarles paso, y cuando vieron mi camiseta con los colores españoles, detienen el coche y se vienen hacia mí con una botella de “whisky” y a la fuerza me hicieron que me tomara un gran trago de esa bebida que yo juré un día no probarla más en mi vida desde una vez que fui a torear a un pueblo de Jaén y el Sr Alcalde, un tal Visiana, nos invitó a su casa y probé aquello por primera vez, una bebida que a mí me pareció repugnante, con ese olor a chinches “espanzurrás”.

Pero en el caso presente, ¡cualquiera se negaba! Aquellos chavales totalmente dipsómanos, me metieron la botella en la boca como se le mete a un niño el biberón y no tuve más remedio que tragar… Ellos continuaron su camino con su borrachera y yo, cuando me ví libre de aquellos “locatas” y aquella bebida comenzó a hacerme efecto, yo allí junto a Currillo pensé echar las tripas por la boca. El perrillo, al verme en tan mal estado aparente, daba saltos y ladraba con todas sus fuerzas a mi alrededor provocando la alarma a dos pescadores de caña que se encontraban en el ejercicio de su afición y que, al oírme acudieron en mi auxilio, pero al llegar a mí y darles el olor a alcohol dijeron: “ anda y revienta so peazo borracho”. Allí me dejaron echando las papillas que me dieran cuando pequeño y ellos se fueron a vigilar sus cañas de pescar.

Estos fueron los resultados que a mí me produjo el triunfo de la selección española de fútbol.

VEINTE EUROS, SEGUNDA PARTE

Cuando volvíamos para casa, una de las gatas que viven de la caridad de los vecinos de aquella urbanización, y que tienen una mala uva de dos mil diablos, se lanzó sobre Currillo haciéndole jirones su carita y dañándole los ojos. El pobrecito lloraba y se refugiaba en mí, pero la maldita felina no cesaba de su ataque. Yo intentando defenderlo para que dejara a mi perro, me arañó en los gemelos… ¡Vaya fiera corrupia!
Con más o menos trabajo pude abrir la cancela, pero un tanto nervioso tropecé y caí de bruces sobre el cemento sufriendo una lesión en una mano.
Después de deshacernos de aquel ataque, ya dentro del salón, Currillo seguía llorando desconsoladamente. Eché mano a un remedio casero que yo sé de antiguo y se fue calmando el “pobre”…….. Después me puse a pensar casi riéndome de mí mismo. Hay que ver lo que es la vida! Después de haber luchado con tanto toro en mi juventud, que una gata me haya ganado la partida.
¡Y es que las féminas cuando menos lo pienses te suelen sorprender!

VEINTE EUROS,PRIMERA PARTE

20 EUROS…

Aquella mañana, en vez de tomar el camino de los “conejos” que va junto a las cañas y está libre de arena, no sé el porqué me guiaron mis involuntarios pasos a caminar junto a la lengua del agua, divirtiendo mi vista en el rompimiento de las albas olas mediterráneas.
Como es costumbre en mí, voy cogiendo piedras chanfletas para probar la fueraza de mi brazo y, comprobar, si el año anterior llegaba, al lanzarlas sobre el mar, más lejos que el presente. ¡Afortunadamente sigo teniendo el mismo tiro! Pero así iba cogiendo una y otra piedra y ejercitando mi brazo.
Currillo, que es hidrófobo total, cada vez que veía que me agachaba a coger una piedra, quizá recordaba lo del año anterior cuando él era un bebé y yo lo lanzaba al agua allá en la playa del Peñoncillo, y recelando de que fuese a ocurrir igual, se alejaba de mí en esos instantes.

Bien, pues así me iba yo distrayendo y él observándome. Una de las veces que me agacho a coger otro guijarro, casi sin mirar al suelo, pongo la mano en lo alto de una cosa suave: eran unas gafas de goma de algún buceador. ¡Caramba qué bonitas eran! Éstas para mi nieto Pedrito que le gusta fondear en las aguas. Sigo adelante con mi manía de ejercitar mi brazo y, al coger otra piedra me pareció ver un azulado papel, le doy con el pie y me sorprenden veinte húmedos euros que, con suma delicadeza fui secando a favor del viento del Sur. Entonces me acordé de un refrán de mi tierra que dice: “Uno por madrugar, se encontró un bozal….Pero más madrugó el que lo perdió”.

SEIS DE JULIO, PRIMERA PARTE

6 DE JULIO

¡Qué panorama más dilatado y precioso presenta hoy la playa de Valle Mar!
Cómo si hubiesen crecido durante la noche, bajo la magia de un fabulosos cuento escapado de una mente imaginativa con exceso, (de otra forma no se puede comprender), a lo largo de la extensa playa una cadena de casetas uniformadas en tamaño y en color; pues sus franjas albiazules, recuerdan los colores de las camisetas del equipo de fútbol malagueño…
A lo lejos, en el casi invisible curvo horizonte, se distinguen unos pequeños puntos blancos. Son algunas retrasadas traíñas camino del puerto para descargar su pesca; más cerca, quizá de lo autorizado por las leyes del mar, aún echaban sus últimas redadas los barquichuelos almejeros, muy distinguidos por sus varales paralelos y verticales en su proa, cruzados por ese listón de madera semejante a una cruz latina.

SEIS DE JULIO, SEGUNDA PARTE

Algunos miembros de las familias, ya en las puertas de sus casetas, se desperezan soñolientos aún del sueño de la pasada noche, viendo romper las olas a sus mismos pies, con su cresta espumosa y blanca como la nieve de montaña.
Los más pequeños del clan, ríen y se alborotan dando marcha atrás para no mojarse los pinreles.

Una bandada de gaviotas pasan graznando a media altura por encima de estas familias que, una más retrasada en su vuelo, deja caer sobre el techo de lona de una de estas casetas, unos residuos blancuzcos de excrementos. Los niños ríen a carcajada por las ocurrencias del ave, mientras los mayores maldicen su inoportuna necesidad intestinal…
Yo sigo caminando junto a Currillo que, al llegar a la altura del chiriguinto de su “amor”, emprende una dislocada carrera hacia él, esperando encontrar a aquella perrita que le había trastornado la cabeza como nos pasa a los humanos cuando nos enamoramos perdidamente.

miércoles, 19 de mayo de 2010

EL SINO DE CADA SER,SEGUNDA PARTE

Así entre aquel odio pasó el pobrecillo su infancia tenebrosa.
Una noche de invierno triste y fría, Andresillo se notó enfermo pero iba alegre porque había agotado su mercancía. Cruzó la plaza pensando en lo sabroso de su cena y en lo calentito que estaría el jergón de paja donde dormía, echando de menos la fiebre que invadía su cuerpo. De pronto oyó un sollozo; era una niña huérfana como él, como él sacada del fango, de la sombra, y compañera de oficio. –¿Qué te pasa?, ¿Qué tienes?—le preguntó Andresillo.
La niña suspirando le dijo que no había podido vender todos los números.
--¿Cuántos te quedan?
--Ocho, respondió la pequeña. ¡Oh santa compasión!
Andresillo le compró los números y siguió caminando hacia su covacha, calculando los golpes que le esperaban…Llegó éste a su cueva y vio en lo oscuro el gastado jergón de paja.
“Si te quedó algún número, a la calle—la mujer gritó--.
--La noche es mala y estoy enfermo--
--¡A la calle! ¡Vete adormir a los bancos de la plaza! ¡A cenar con los perros sin arrimo! contesta la mujer. Y con la rabia que ahoga la piedad bendita, echó al niño a la calle.
Lo que él y la soledad de la noche se dijeron, es un misterio. Tal vez, el alma enternecida de la pobre madre sobre el niño tendió sus leves alas…!
Lo cierto es que, al venir el nuevo día, los carreteros que entraban a la ciudad dirigiendo adormilados sus reatas tardas, le vieron con asombro sobre el umbral oscuro de la casa, rígido, inmóvil, azulado, muerto, a la confusa claridad del alba.

Rafael

EL SINO DE CADA SER,PRIMERA PARTE

EL SINO DE CADA SER

Cuando la inclemencia del tiempo hacía estragos en los débiles cuerpos, él iba gritando por las calles y plazas: ¡El Ideal! ¡El Ya! ¡El Pueblo! Repetía con su ronca voz por el esfuerzo, sobre el fango y la escarcha, cuando hasta las ramas de los árboles se encorvaban y éstos temblaban desnudos por el frío reinante.
Descalzo, con el cuello al aire, mal prendido el pantalón que sólo le alcanzaba a las rodillas. Sobre su áspero cabello la vieja boina agujereada, de dudoso color trigueño, endeble, sin descanso y ágil por las calles y plazas, repetía con su voz cada vez más ronca. ¡El A.B.C.! ¡EL IDEAL! ¡DIARIO DE CATALUÑA!.
No se sabe si así sería su nombre, pero le llamaban Andresillo. Lo más que contaría serían diez primaveras. Su infancia, una penumbra dolorosa y triste. Es decir, un pasaje de Dante, una tragedia. Huérfano desde que abrió los ojos al mundo, fue recogido por mano extraña del suelo del suburbio, hijo de la embriaguez y de la infamia, creció entre golpes y denuestos, sin escuchar jamás esas palabras que parecen el salmo de las cunas y que las madres verdaderas cantan.

Nunca tuvo amigos; pues la miseria y la desgracia están siempre ausentes de compañía. Creció en un antro conociendo sólo el hambre, junto a un hogar sin llamas, y, apenas supo andar, sus manitas cárdenas de frío, ya ofrecían al viandante esas hojas inmensas, llenas de líneas negras. Vendiese poco o mucho, eran los golpes su recompensa diaria. No tenía más remedio que agotar su mercancía gritando: ¡EL A.B.C.! ¡EL PUEBLO…! Para aplacar la fuerza del verdugo, aquella mujer salvaje y sin entrañas, que amparó, no se sabe el porqué, aquél hijo del misterio y la crápula…
Si Andresillo le decía perdón, madre, entre un turbión de lágrimas, ella le contestaba:
--Yo no soy tu madre. Tu madre fue una horrible mujerzuela… ¡¡Un aborto del mal!! ¡No llores! ¡Calla!...

domingo, 16 de mayo de 2010

EN EL ÁRBL FRONTERO,SEGUNDA PARTE

Cuando ya habían nacido los polluelos, sus seres queridos, se los veía locos de contentos con sus alegres conciertos y revoleteos sobre la cima del árbol. Iban de vacío y volvían de cargado con el saltamontes atravesado en su pico para depositarlo en una de aquellas bocas orladas de amarillo que esperaban solícitas el alimento necesario para su desarrollo corporal.
Aquellos padres eran incansables en su tarea. ¡Cuánto amaban a aquellas cosillas tan diminutas! ¡Qué grandeza se fragua de tan poquilla cosa! Ya, el amor de pareja había derivado en amor de hogar con ese tenue y templado calor familiar, vivificando con ello, cuando sus componentes permanecen unidos y sus corazones laten al mismo ritmo y compás.
Pero he aquí lo que es la constante oposición inclemente y demoníaca. Esas tormenta que suelen aparecer en los últimos día primaverales, emborronando el Cielo y maltratando el suelo, cuando los campos ahogados en perfumes y reventados de flores varia, haciendo de dicha estación un deleite sin igual, troca en desgracia todo lo que antes era alegría y bienestar.
La lluvia había hecho estragos en muchos hogares y el nido había venido a tierra. La capa plumífera que preserva a las aves, no había aparecido aún en los cuerpecitos de estos guacharros, y la torrencialidad del agua caída, los privó de seguir con vida en este mundo animal… Aquella inclemente tormenta había roto el mecanismo de una familia recién formada, dejando sus piezas más débiles destrozadas por entre el follaje del jardín…
¡Qué manera de expresarse los padres en su intraducible lenguaje agobiados por el dolor viendo a sus seres queridos, minúsculas partes de sus propias entrañas, desnudos e inertes, sin más acompañamiento familiar, sin cumplidoras amistades ni ceremonias religiosas que despidiesen a los finados! Sólo ellos dos, en su justa protesta, maldecían los fenómenos de la Naturaleza que nos dan y quitan la vida.
Rafael.

EN EL ÁRBOL FRONTERO, PRIMERA PARTE

EN EL ÁRBOL FRONTERO.

Lejos de ese contrato social que la mayoría de las veces conduce al hombre a grandes errores, farsa e hipocresías, ellos, sin más presión que las del libre amor, habían comenzado a fabricar su nido. Yo les veía llegar por las mañanas temprano y a cualquier hora. Ellos no entienden de reloj ni están sometidos a ninguna dictadura inventada por los hombres. Cualquier hora es buena para amar, trabajar o construir…
Con una ramita en su pico, un esparto viejo o una maraña de pelusa atenazadas en sus débiles extremidades, era suficiente e importante para aportar a la obra de su hogar; aquel que habíanse propuesto edificar en su deliberada elección, pero empujada por la necesidad fisiológica, sobre la copa de un árbol del jardín comunitario y frente a mi vivienda de cemento.
Yo les vigilaba con máxima atención y prudencia, pudiendo ver las mañas que se daban, cargadas de laboriosos artificios, sin concursos familiares, ni torpes consejos ajenos. Sólo la Naturaleza les había llevado al apareamiento en la perentoria necesidad que la Creación nos dicta a todos los seres de la Tierra…

Hacía unos días que iba decreciendo el laborioso acarreo de materiales constructores hacia la copa de aquel árbol; posiblemente ya estaba a finalizar su obra… De vez en vez se la veía salir de su nido, sólo unos momentos. Pero era tan hábil y sigilosa para ocupar nuevamente su morada de amor, que de no estar muy atento, apenas daba ocasión de verla entrar en ella.
Él, siempre vigilante a la presencia de cualquier intruso, no se separaba dos cuartas de sus dominios territoriales.

sábado, 15 de mayo de 2010

EL HUERTO,QUINTA PARTE

Cuando algunas veces suelo ir por aquel lugar, sólo por añoranza, pienso más de una vez que, si se produjese el milagro de poder recuperar aquella propiedad algún día, yo volvería a replantarlo con los mismos árboles que éste tenía cuando yo era niño, y los pondría a disposición de todos cuantos vecinos quisieran saborear sus devengos. Mas ya nunca será posible. Cambió tanto todo en nuestra geografía agraria que, en su desierto, seguiremos echando de menos los que esto tuvimos la suerte de vivir aquello: la alegría de sus gentes que tan felices éramos en aquellos tiempos. Jamás se verá ni oirán sus zagales tras su rebaño, gritando alegremente a sus componentes, ni a los gañanes tras su yunta de mulas se les escucharán los valientes fandangos que el viento transportaba a otros campos vecinos, alegrando la vida de cuantos los poblábamos.

Tampoco pasarán ya los colindantes del otro lado de la carretera, con sus mulos tordos aparejados con sus aguaderas de seis cántaros a llenarlos en el pozo de la “Caena”.
Y siendo así, como nunca más ha de ser, a veces cierro los ojos y veo con los del recuerdo, todo aquel trajín cotidiano de aquella mi feliz y alegre vida campesina…¡Era mi infancia, mi juventud! Y después nada, nada. No. ¡Aquello no volverá jamás!

Rafael.

EL HUERTO, CUARTA PARTE

Ya bien entrada la noche se pudo rescatar aquel extraño cadáver, de bello ropaje, que ya no lo parecía tanto cuando lo sacaron a la superficie. Efectos de esa transformación por la que todos hemos de pasar una última vez en la vida… Y, ahora qué se haría con aquel animal muerto que ya había perdido hasta su tratamiento de “real”. Pues como en el campo todo se come, y por aquellos tempos con más apetito y menos escrúpulo, así que un poco de vino en el mareo y a olvidar su “realeza”. Mas como aquello de “Real” sonaba a bueno, ocurrió como decía don Jacinto Benavente: “En cuanto se dice que una cosa es buena, ya se está tratando de comérsela”, y los huesos para los perros que también debían pillar algo…

También se acabó el Huerto un día como todo se acaba en esta vida.. Por mor de sus ricos frutos que ofrecía a propios y extraños, su bondad vino a dar con él en la nada. El Huerto se encontraba junto al camino que conducía al pozo nuevo, aquel que surtía de agua a todos los vecinos del lugar. Algún que otro muchacho se detenía a saborear sus ricos frutos y esto le caía muy mal a uno de sus dueños. La soberbia que en algunas personas conlleva el orgullo de la propiedad privada y otros ignorantes fueros del género humano, pusieron en la mente de aquel propietario, casi un arrebato demencial y ¡zas!, abajo todos los árboles del Huerto.

ELHUERTO, TERCERA PARTE

Un poco más adentro se pavoneaba la acacia con sus defensoras púas; pero los traviesos gorriones la elegían para camuflarse en su tupido ramaje. Mas allí estaba Antonio Calero, aquél hábil tirador de todo armamento, que los descubría y descolgaba en silenciosos disparos de su tirachinas, poblando aquella vertical del espacio de pequeños copos de plumas de sus débiles cuerpecitos…¡Qué inconsciente asesino!, pero era mi amigo y yo, su confidente “tragón”.¿Qué ricos estaban con su ajito picado…También tengo memoria de otras dos higueras que completaban aquel espacio de terreno.. Una producía higos negros y otra los daba blancos..¿Cuales eran más dulces? Pues, al cabo de tanto tiempo no voy ahora a entablar conmigo mismo una competencia de comparaciones, si realmente existía muy poca diferencia. ¡Eran tan ricos unos y otros!

Pero, ¿por qué estoy contando esto? ¡Ah, seré bobo! Pues, ¿por qué va a ser? Acaso esas cosas de la infancia se pueden olvidar así como así? No, ¡hombre, no.! Hay que tener memoria! Casi en el centro de esta arboleda estaba el consabido pozo; el pozo viejo. Sí, allí estaba aunque fuese para constituir un peligro para los inocentes… No olvido aquel día que, alborozados los niños, y tristes los mayores, todos esperando el resultado de alguien que se ingenió, en sacar del fondo de aquellas aguas, el bello animal que, posiblemente atraído por el líquido espejo, vino a caer en la trampa final de este mundo. Era un pavo real que el novio de mi hermana habíale regalado por su onomástica.

EL HUERTO, SEGUNDA PARTE

Un poco más adentro se pavoneaba la acacia con sus defensoras púas; pero los traviesos gorriones la elegían para camuflarse en su tupido ramaje. Mas allí estaba Antonio Calero, aquél hábil tirador de todo armamento, que los descubría y descolgaba en silenciosos disparos de su tirachinas, poblando aquella vertical del espacio de pequeños copos de plumas de sus débiles cuerpecitos…¡Qué inconsciente asesino!, pero era mi amigo y yo, su confidente “tragón”.¿Qué ricos estaban con su ajito picado…También tengo memoria de otras dos higueras que completaban aquel espacio de terreno.. Una producía higos negros y otra los daba blancos..¿Cuales eran más dulces? Pues, al cabo de tanto tiempo no voy ahora a entablar conmigo mismo una competencia de comparaciones, si realmente existía muy poca diferencia. ¡Eran tan ricos unos y otros!

Pero, ¿por qué estoy contando esto? ¡Ah, seré bobo! Pues, ¿por qué va a ser? Acaso esas cosas de la infancia se pueden olvidar así como así? No, ¡hombre, no.! Hay que tener memoria! Casi en el centro de esta arboleda estaba el consabido pozo; el pozo viejo. Sí, allí estaba aunque fuese para constituir un peligro para los inocentes… No olvido aquel día que, alborozados los niños, y tristes los mayores, todos esperando el resultado de alguien que se ingenió, en sacar del fondo de aquellas aguas, el bello animal que, posiblemente atraído por el líquido espejo, vino a caer en la trampa final de este mundo. Era un pavo real que el novio de mi hermana habíale regalado por su onomástica.

EL HUERTO, PRIMERA PARTE

EL HUERTO.


¿Esto del Huerto os puede interesar a algunos de vosotros? ¡No, yo creo que no! Pero como no tengo otra que hacer lo voy a contar por si a alguien le sirve de distraimiento.
Pues el Huerto no era nada más que un pedazo de terreno dentro de la finca de mi abuelo materno donde, uno cuantos árboles frutales se encontraban agrupados en torno a un viejo pozo que ya sus aguas habían sido desacreditadas por la vecindad, y se encontraba en desuso pero que aún tenía agua.
Tal como si ahora mismo lo estuviese viendo, recuerdo de todos los árboles que en aquel Huerto había; pues si a eso se le llama tener memoria, está clarísimo que yo la sigo teniendo.
Había un breval que producía unos frutos tan gordos como trompos del cinco.¡Y no digamos de dulces! Le colgaba en su parte baja una gotita de cristal líquido y transparente que, al tocarlo te llenabas los dedos de aquella gelatina de almíbar, que luego lamías de ordinario chupetón, que hasta la lengua te cosquilleaba. ¡Qué regusto daba hacer aquello! Junto a este breval que refiero, había otro árbol de hojas menuditas, verdes y rojas, pero de un ramaje más complicado. Su fruto, casi esférico, almenado por uno de su polos, si le hincabas el diente, te ponía éste y sus compañeros, largos como colmillo de Drácula: eran
las dulces granadas que se deshacían en partículas graníceas cuando se rompían sus divisorios y agridulces tabiques. Pero,¡cuidado con llevarse las manos a los ojos! “Se ponían malos”. Así recuerdo que me lo decía mi madre.

jueves, 13 de mayo de 2010

CONFIDENCIAS DEL VERANEO, TERCERA PARTE

¡Qué personas más sabias y buenas cría la Tierra! Así que, con cuatro residuos de este género “transformable” que sus vecinos pescadores le facilitaban, tenía a su perros gordos como nutrias y contentos como sordos…

Con tanta atención escuchaba yo aquella historia, que toda la vaharina procedente del Mediterráneo, en aquellos momentos me olía a sabrosas chuletas y a solomillo en adobo…¡Qué cosas inventan los extranjeros!
De qué parte de España es usted,?-- me preguntó.
De la vecina Córdoba—la dije--.
¡Ah de la tierra de Manolete! Yo le vi torear en Málaga. Mi querido padre me llevó…¡Qué tiempos aquellos! Recuerdo que salimos de casa muy temprano camino de la estación para coger el tren de Zafarraya que, en otras muchas partes era conocido como el Correo de Vélez. Aquello, en los años cuarenta no era menos que una aventura y hasta un lujo. Todos no podían ir a ver torear a Manolete. Entonces no había coches en el pueblo; muy raro era aquél que tenía uno. Por aquellos tiempos todo era más silencioso, más limpio, menos contaminante de todo en todo. No existían las tantas cosas malas como hoy día. Las gentes eran más sencillas; todo era más familiar. Hasta las noticias se recibían con más gana y se las daba otra importancia. Ahora con tanta “Tele” y otros medios informativos, a veces dudosos, todo se coge con empacho… ¡Qué de imágenes, casi todas con sangre! Crímenes, secuestros, violaciones, estafas… que asco de vida. Aquellos tiempos, además de ser los de nuestra juventud, se palpaban con otro sabor de más hermandad.

Yo, en aquellos momentos pensaba que, cuanto estaba diciendo aquella mujer era cierto, menos lo del “sabor del pescado convertido en carne”.
Qué ocurrencias tienen los alemanes. Con su afán de buscar economía, son capaces de inventar el huevo sin yema. Si los españoles al menos los imitásemos en ese aspecto y, por ejemplo, supiéramos convertir en pestiños la cantidad de “melones” que cría este país, ¡qué vida más dulce nos llevaríamos!

Rafael.

CONFIDENCIAS DEL VERANEO,SEGUNDA PARTE

Con sus parientes nunca había tenido roce; ¡Y ya se sabe lo que es el cariño! En la tristeza de su soledad optó por salir a pasear por la playa a las horas en que sus vecinos tiraban de las cuerdas del copo, siempre con la nostalgia que le producía ver a los del oficio de su progenitor. Una mañana le siguió un perrucho callejero que, al parecer, estaban tan falto de cariño y compañía como ella; se lo llevó a su casa y su soledad se vio trocada en una compañía fiel y amiga. ¡Qué bueno y cariñoso era aquel animal!
Desde entonces siempre había tenido perros; cada vez más, aunque a veces se le había hecho muy gravoso su mantenimiento, estando a punto de tener que abandonarlos por la maldita economía. Mas un buen día, cuando iba paseando a su prole canina, se topó con un señor alto, fuerte, y por cierto muy curioso, que se interesó cómo se las apañaba para mantener a tanto comistral. Ella le explicó lo que ya estaba siendo casi un problema para alimentarlos, problema que este señor salió al encuentro de su solución.

Dicho individuo, un alemán de los primeros que se habían afincado en aquel pueblo costero, le iba a proporcionar la fórmula más extraña que nadie haya conocido, y también la más económica para mantener a sus animales de collar: transformar el pescado en carne. ¡Qué cosas, Dios! con cuatro gotas de un misterioso producto que sólo él conocía, le daba al pescado un sabor a carne de la mejor calidad… Precisamente en uno de los últimos viajes que él hizo a su país de origen, le trajo tal cantidad de aquel líquido, que por más detalles tenía un color verdoso, como para mantener a sus canes por espacio de unos treinta años más.

CONFIDENCIAS DEL VERANEO,PRIMERA PARTE

CONFIDENCIAS DEL VERANEO.

Yo la veía todas las mañanas paseando a su pequeña rehala de diminuto chuchos… “Paloma, ven aquí; Cartucho, no te alejes tanto; Bolera, toma tu parte…”
A cada uno lo iba mentando por su nombre de “pila”, y le daba su correspondiente ración con tan delicado mimo, cual si de enfermos encamados se tratase.

Tanto me picó la curiosidad, que una de aquellas mañanas cuando me encontraba a su altura, y con las justas precauciones que siempre dispensé a los perros, (por no decir miedo) me detuve ante ella con el curioso deseo de saber el origen de su caprichosa tarea.

Ella, con la claridad más meridiana y el frescor de la brisa marina, humedeciendo su conversación en la nostalgia, me contó: “Había sido hija única. Su padre fue marinero de esos que para buscar el diario sustento, debía luchar cotidianamente con las inclemencias del mar. Pero un lejano y mal día, el barco en el que él faenaba ya no volvió a puerto nunca más. Un golpe de mar, como a tantos otros, se lo tragó para siempre. Su madre ante dolor tan grande, enfermó de una extraña dolencia que la condujo en poco tiempo a la tumba. Ella había quedado sola en aquella casita de marineros, junto a la playa, mirando cada mañana al curvo horizonte de las azuladas aguas, con la vana esperanza de creer que algún día asomaría aquel barquichuelo, verde y blanco donde su inolvidable padre embarcó por última vez en su vida.

CARMEN LA VERDULERA,QUINTA PARTE

Llegó la hora del cine y allá se encaminó ella con cierta torpeza en sus piernas, porque aquel día había bregado mucho con la venta y ya, cada vez sus miembros estaban más debilitados por el trabajo y los sufrimientos… ¡O quizá era poco lo de su nieto!
Llegó a la puerta del cine y se encontró con la sorpresa que habían cambiado de cartelera. Ahora iban a pasar un royo americano que nada tenía que ver con lo anterior y exclamó llorosa: “Ahora si me lo han matado por segunda vez. Ya no lo veré más en lo que me reste de vida”.
Se volvió para su casa, pero tenía tal desazón en su cuerpo, que no podía tirar de él. Las piernas le pesaban como si fuesen de plomo y arrastraba los pies con gran esfuerzo para poder caminar. Trochó por un pequeño parque arbolado que había antes de llegar a su barrio, pero no podía caminar, se sentó en un banco, y allí lloró a placer cuanto tuvo gana. Ante sus nublados ojos vio, cómo un soldado todo vestido de blanco se aproximaba a ella, y al querer levantarse del asiento con grandes esfuerzos, se le perdió de vista en unos instantes, pero ella intentó seguir los rastros de aquel fantasma, como marchamos todos a través de la esperanza de la vida, guiados por nuestros recuerdos, al encuentro de la ilusión.

Rafael

CARMEN LA VERDULERA, CUARTA PARTE

Cuando llegó nuevamente el momento de que aparecía el soldado escribiendo sobre sus rodillas, ella exclamó toda nerviosa. Lo ve usted, está allí, es mi nieto, mi nieto! ¡Lo conoceré yo! Corrió nuevamente hacia la pantalla a saludar a su nieto, y si era posible a darle un montón de besos.
Los empleados del cinematógrafo lo evitaron e indagaron sobre aquella pobre anciana, sacando en conclusión que había perdido el sentido de lo que era la realidad. Se pusieron de acuerdo los compañeros y advirtieron a la taquillera que si la veía llegar a sacar la entrada, que le dijera que se habían agotado y no podía entrar. Era una forma de evitar el escándalo que formaba cuando veía a su nieto en la pantalla.

Pues a la noche siguiente se volvió a personar ante la taquilla pero ya “no había entradas”.
Qué desilusión más enorme se llevó el no poder ver otra vez a Carlitos. Ante esta decepcionante noticia, lloró y maldijo a todo lo humano, yéndose para su casa entre un llanto interminable. Al pasar por la taberna de Hidalgo vio allí al “Filósofo” ante un vaso vacío, y que la obligó a que entrara para invitarla. Ella no tenía ganas de nada, pero aceptó la invitación y comenzó a hablar con su amigo. Éste le volvió a explicar todo lo que anteriormente ya le había dicho y la fue convenciendo con las palabras más dulces que se pueden emplear en estos casos que, efectivamente su nieto había muerto defendiendo a la Patria.
Ella muy rebelde le dijo: “¡defendiendo a la Patria, y la Patria mató a mi marido solamente por hablar en defensa del pobre? Pero ¿qué Patria es ésta? Sí, ya estaba convencida que su nieto había muerto en el frente, pero esta próxima noche iría otra vez a ver su imagen que jamás olvidaría.

CARMEN LA VERDULERA, TERCERA PARTE

En la amplia sala aquellas voces alarmaron al público asistente, imponiendo la mayoría silencio a aquella mujer que, con sus gritos acababa de romper.
Corrió Carmen por el pasillo hacia la pantalla, y los acomodadores iban tras ella intentando calmarle sus nervios… “Mi nieto, mi nieto; yo no sabía que él trabajaba en una película. Llevo casi un año sin tener noticias de él. No me escribe, le decía a su acompañante el “Filósofo”. Y éste, con una de sus “sentenciosas” frases la pudo calmar explicándole el mecanismo de la filmación, pero ella no atendía a explicaciones ningunas. Aquel era su nieto y nada más.
La película iba llegando a su fin y ya no salió más el soldado en la pantalla. Llegó al fin a su casa aquel día, deseosa de que llegara otro nuevo para ir otra vez a ver a su nieto. A toda su clientela le fue contando a la par de ir vendiendo su género lo que había visto en el cine el día anterior, diciendo la inocente que ella jamás pensaría que su Carlitos trabajase en el cine…
Aquel mismo día por la tarde se personó en su domicilio un agente de la Benemérita con un paquete, donde portaba las pocas pertenencias de aquel soldado que, según su abuela “trabajaba en el cine sin ella saberlo.”

Las circunstancias de la guerra no habían permitido notificar la baja de aquel defensor de la Patria causada por el enemigo. Carlitos hacía once meses que había muerto en el frente.
Al momento se sorprendió la abuela, pero reaccionó y pensó: “¿Pero cómo puede ser esto, si yo le ví anoche escribiendo una carta? Este hombre que me ha dado la triste noticia está equivocado. Eso no puede ser; esta próxima noche lo comprobaré”. Esa noche fue ella quien invitó al “filósofo” y por el camino hacia el cine le contó lo sucedido aquella tarde. El acompañante, con palabras discretas y de conformación le volvió a explicar el truco del cine, pero ella no quería comprender, cual nos pasa a los demás cuando se nos va un familiar.

CARMENE LA VERDULERA,SEGUNDA PARTE

Aquel sujeto tenía toda la catadura de don Quijote. Era alto, delgado, de rostro afilado cual fuese un indio, con una perilla de ralos hilos que, más que pelos parecían alambres. Siempre llevaba un libro bajo el brazo, el que nunca leía, pero los “inspirados” clientes de aquella taberna le habían puesto el apelativo de el “filósofo”; pues algunas frases hechas que él solía pronunciar, sacadas de cualquier libraco, los demás clientes, gente sencilla y analfabetos la mayoría, aquellas palabras del aquel hombre las tomaban como puras sentencias…

Muchas mañanas, cuando Carmen la verdulera llegaba a calentar motores con su copita de coñac, ya se encontraba allí el “filósofo” . El roce “clientelar” y el verse a diario en aquella taberna, les fue acercando a una mistad, llegando a tal punto que la verdulera se dejaba invitar por aquella figura extraña de hombre. Tanto llegaron a intimar que, un buen día, Carmen fue invitada por él a ver una película que proyectaban en otro barrio no muy lejos del de ellos. Era una película de propaganda guerrera en la que hablaban pestes del adversario, achacándole crímenes y atrocidades al enemigo. Se titulaba ésta “LAS TRICHERAS ENEMIGAS”.
Aceptó la vieja aquella invitación y, a lo largo de la proyección, entre otras cosas de mal gusto, aparece un soldado sentado sobre un saco terrero de su misma trinchera, escribiendo una carta sobre sus rodillas. Al término vuelve el soldado la cara hacia la cámara filmadora, y al distinguir Carmen aquella imagen salta sobre su asiento diciendo con alocados gritos de alegría: “Carlitos, Carlitos; ese es mi nieto. Sí mi nieto…”

Carmen la verdulera, primera parte

CARMEN LA VERDULERA.

Hacía ya más de dos años que había estallado la guerra. A Carmen la verdulera le habían fusilado a su esposo porque, hacía ya más de veinte años fue a dar una conferencia a Zaragoza hablando en favor del proletariado. Mas, como todos sabemos, los rencores en la mala gente son enfermedades latentes. Nunca se erradican.

Esta mujer se encontraba sola. Su familia había sido muy corta y todos habían fallecido. Sólo le quedaba un nieto. Era Carmen ya un mujer mayor, pero tenía que seguir viviendo y se buscaba la vida vendiendo verdura por las calles de su barrio donde era muy apreciada por toda la vecindad.
A su nieto le llegó el día que le llamaron para ingresar en la milicia, para defender los intereses de la Patria. Ahora sí que se quedaba sola totalmente. Se habían llevado a la guerra a su “Carlitos” de su alma.

En su absoluta soledad, todas las madrugadas iba tirando de su carrito a los almacenes mayoristas a comprar su género. Lloviese, hiciera frío o cayeran rayos de punta, aquella inclemencia temporal tenía que soportarla para buscarse el pan diario, y aquel trabajo ya le iba pesando a la verdulera que su edad frisaba cerca de los setenta años. Aunque ella iba bien abrigada con su toquilla de lana y su bufanda de punto, no dejaba de sentir el frío invernal, por lo que no estaba de más tomarse una copita de coñac cuando pasaba por la taberna de Hidalgo, aquel hombre rechoncho y bonachón que a parte de su volumen abdominal, era una persona nerviosa y a penas podía dormir, causa por la que, a las cuatro de la mañana ya tenía su taberna abierta para tender a otros madrugadores. Allí a su taberna solía ir asimismo un asiduo cliente que, antes que apuntase el lucero del alba ya se encontraba en casa Hidalgo a tomarse su chicuela de aguardiente.

lLOS GITANSO SEGUNDA PARTE

Se oyen repetidos estornudos del padre de la Fratría al darle las primeras chupadas a un pitillo que, sólo él conocerá su elaboración…

Ya han vuelto los hombres de su viaje al pueblo y todos en corro han cercado la lumbre. Sus rostros tostados por el mucho sol de su errante vida, dan unos multicolores semejantes a la transformación de ciertos metales, tras el fuego.
Las campanas suenan a la oración en la apartada torre del pueblo, y no es sólo el sentido del oído el que se hace sensible, sino también el del olfato; huele a morcilla asada. Lo carrasposo de sus condimentos se palpa en la atmósfera que gira en torno al comedor, salón d estar y dormitorio de la pobre familia gitana.
Los panzudos chiquillos se contentan y alborotan esperando la hornada pringosa que, al sacarla de entre el rescoldo de las ascuas, destila un chorro de líquido rojo por su envoltura de papel de extraza que fue bañado en agua antes de su entierro bajo la lumbre.
Se reparten la escasa y sabrosa comida equitativamente, que devoran con el apetito de la carestía…

Alos postres, se oyen unos rasgueos de guitarra cascada por los golpes de sus traslados nómados, y la voz gangosa de un viejo se desgarra en un compás de seguiriyas que, una jovenzuela, arrancándose en un espontáneo alarde de su raza, acompaña con sus descalzos pinreles sobre los últimos residuos de lo que fue fogata.
Luego, todos se duermen en paz de Dios y de la noche. Sólo la luna, en lo alto, testifica los misterios de su vida y la “tranquilidad de sus negocios…”

Rafael.

LOS GITANOS PRIMERA PARTE

LOS GITANOS.

Igual que otros años, hoy han llegado el mismo sitio de costumbre. Sí, son ellos; los mismos de otras veces, y quizá ahora vengan más. Yo les he visto cuando caía la tarde. Cuando unos nubarrones de primavera amenazaban con un chaparrón cálido que no llegó a caer…
Algunos de sus carruajes les ha costado trabajo subir al llano del Solar Viejo. Posiblemente sus escuálidas bestias de tiro vengan ya cansada de una larga ruta, y un tanto faltas de los alimentos que ellos les pueden proporcionar…¡Madre, cuántas cosas traen! Burros nuevos y viejos; caballos de diferentes alzadas y unos ¡más pequeñitos! Varios galgos ¡y qué lustrosos!
No sé cuantos monos, pero más de uno. También traen una cabra que tensaba como cuerda de guitarra la que la sostenía del cuello cuando vio el padrón de hierba verde y fresca. ¡Qué ropas con más colorines cubren el cuerpo de sus mujeres!
Los hombres, nada más desenganchar las caballerías de sus miserables carruajes, las han trabado todas a la espalda del Campo Santo a que coman la hierba que cría la soledad de aquel retiro. Unos cuantos de ellos, con sus chaquetas entalladas y sus brillosos pañuelos al cuello, con largas varas en sus manos, aguijoneando el camino a cada paso y seguidos de unos chiquillos astrosos, se han dirigido al pueblo. Posiblemente van a comprar algo de alimento que les caliente el estómago del frío de la noche que se avecina.

Otros se han lanzado a la rebusca de leña seca o verde, ya sea de árboles frutales y sin respetar la propiedad privada… ¡Ellos qué entiende de esas cosas! Deben tener frío, y más los pequeñuelos que tan ligeros de ropa están…

Ya encrestan las llamas sus lenguas hacia el Cielo, y el denso humo del ramaje verde hace invisible el cuerpo de los cuadrúpedos que pacen allá al fondo.
Un rapaz hace sonar una pandereta de piel de gato que se va tensando al calor de la hoguera. Una mujer, en un lenguaje propio de su “Universidad ”, sentencia o otros chicuelos con su ignorante “justicia”…

miércoles, 12 de mayo de 2010

lunes, 3 de mayo de 2010

SUEÑO DE JUVENTUD..

Cual sonámbulo que en la noche camina
sin saber donde sus pasos vayan,
sentí bajo mis plantas una arena fina
caminando por una extensa playa.

En aquel lugar ella me esperaba,
o al menos, así mi mente lo veía,
pues entonces no sé ni lo que pensaba,
pero al verme, hacia mí se venía.

Y como dos niños que inocentes juegan,
ella y yo,cuantas cosas nos dijimos,
y allí saltamos, nadamos y corrimos
tras las olas que a la orilla llegan.

La luna soñolienta, distraída, se caía
sobre el leve rizado de las olas
dejando a las estrellas solas
que se iban perdiendo al venir el día...

Cuando seguir soñando, yo quería,
toda imagen se fue borrando una a una.
Desperté llorando y me dije enojado:
Tan difícil es tenerla a mi lado,
como con la mano, alcanzar la luna.

rafael

rafael
Rafael 1957