jueves, 13 de mayo de 2010

CONFIDENCIAS DEL VERANEO,PRIMERA PARTE

CONFIDENCIAS DEL VERANEO.

Yo la veía todas las mañanas paseando a su pequeña rehala de diminuto chuchos… “Paloma, ven aquí; Cartucho, no te alejes tanto; Bolera, toma tu parte…”
A cada uno lo iba mentando por su nombre de “pila”, y le daba su correspondiente ración con tan delicado mimo, cual si de enfermos encamados se tratase.

Tanto me picó la curiosidad, que una de aquellas mañanas cuando me encontraba a su altura, y con las justas precauciones que siempre dispensé a los perros, (por no decir miedo) me detuve ante ella con el curioso deseo de saber el origen de su caprichosa tarea.

Ella, con la claridad más meridiana y el frescor de la brisa marina, humedeciendo su conversación en la nostalgia, me contó: “Había sido hija única. Su padre fue marinero de esos que para buscar el diario sustento, debía luchar cotidianamente con las inclemencias del mar. Pero un lejano y mal día, el barco en el que él faenaba ya no volvió a puerto nunca más. Un golpe de mar, como a tantos otros, se lo tragó para siempre. Su madre ante dolor tan grande, enfermó de una extraña dolencia que la condujo en poco tiempo a la tumba. Ella había quedado sola en aquella casita de marineros, junto a la playa, mirando cada mañana al curvo horizonte de las azuladas aguas, con la vana esperanza de creer que algún día asomaría aquel barquichuelo, verde y blanco donde su inolvidable padre embarcó por última vez en su vida.

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Rafael 1957