viernes, 22 de enero de 2010

EN ESTADO DE COMA--CAPÍTULO XV

A María Doleres se le ocurría cantar otra copla más sentenciosa, y empezaba diciendo:

"Con ningún viudo te cases,
que es olivo vareado;
y vas acriar los pollos
que otra gallina ha dejado"

El señor Apolonio disfrutaba como un enano de ver a sus trabajadores alegres y contentos considerando, con sus buenos sentimientos que, sin la mano obrera no existe capital posible.

Juanillo el cagarrache insistía :con sus coplas llenas de las más eróticas intenciones.

"A las doce de la noche,
con la lunita en la cumbre,
hay mujeres más contentas
que pucheros en la lumbre".

Mientras llenaba otra vez el botijo de vino canturreaba entre dientes:

"Si quieres alargar la vida
no abandones la bebida".

El contenido del botijo ya le iba haciendo pasarse en algunas de sus coplas:

"Desde mi casa a la tuya
voy a tender una caña
para que pase el producto
de mi almendra a tu castaña..."

Las aceituneras viendo que el repertorio de sus coplillas se les iba agontado, no pudiendo competir con Juanillo ni vencerle, pusieron en marcha aquello que ya tenían pensado de antemano. Aquella moza que se había quedado con las bragas para regalo de su madre, en un descuido de éste, se las metió por la cabeza tapándole los ojos, mientras las compañeras se lanzaban sobre él tirándolo al suelo.
Juanillo pugnaba por deshacerse de aquellas "bandoleras", pero le era imposible; eran muchas y allí lo tenían prisionero. Lines y otra de las más livianas le desabrocharon la bragueta, y una tercera ya tenía un jarro de agua preparado, y otra, un gran puñado de orujo molido que le zamparon en sus secretas partes, echándole el consabido "salmorejo".

Al fin le dejaron libre, y éste corría como alma que lleva el diablo hacia la era donde estaba el pilón de agua, y echándose los pantalones abajo intentaba quitarse el amasijo que tenía enrededado por aquella zona de su cuerpo que, con toda mala uva, sus compañeras le habían "regalado".

Todas ellas muertas de risa miraban por el ventanl de la cocina, y Juanillo de espaldas al cortijo mostraba sus peludas piernas y sus negruzcas posaderas, mientras algunas se confidenciaban dándose con los codos y diciendo en bajo tono: "Pero que culo más respingón tiene el bandido..."

La admiración de Conrado era desbordante al ver aquella fiesta campesina y cómo aquellas gentes desarrollaban su ingenio para llevar a efecto aquellos bailes y coplas tan alegres como espontáneas. Se maravillaba que la gente de campo tuviese tantos recursos "artísticos" dentro de aquella sencillez. Él se fue integrando poco a poco en el grupo de aquellla pandilla que le invitaban una y ora vez a que participara de todo aquello y, sobre todo, del contenido del porrón. Aunque Conrado nunca había bebido alcohol, optó por hacerlo por primera vez ante la insistencia de aquella gente tan alegre como las castañuelas de la Lines. Ésta inquieta y nerviosa muchacha, le metió al vendedor en la boca un trozo de chorizo que le llegó a la campanilla. Éste, intentaba por todos los medios sacarse de su garganta aquel pedazo de embutido que estuvo a punto de ahogarle, mientras que los demás del grupo, con los efectos espirituosos, reían a mandíbula batiente sin pensar en el accidente que se pudo haber producido.
Por fin se pudo deshacer de aquel obstáculo que le ahogaba, y todo quedó en una pesada broma, propia de la gente joven, pero que a Conrado no le hizo mucha gracia.
Como éste no tenía la menor costumbre de beber alcohol, no tardó en venir a su cabeza un tremendo mareo que dio con él en el piso de la cocina, sobre aquella mezcolanza de vino y grasa... Le dió la dipsomanía por llorar a lágrima viva.

Juanillo que tenía conatos de borricote quiso echárselo a cuestas y zambullirlo en el pilón de agua, pero el señor Apolonio se lo impidió, y tras un largo rato se fue normalizando el pobre Conrado.
Cuando se vio supuestamente en condiciones de coger la moto, se deshizo de aquella charanga de gente joven,cogió su motocicleta, montó su malata vacía, y con efusivos saludos y reverencias, sobre todo al señor Apolonio, se perdió camino adelante para la pensión.

Entre la charla que mantuvo con el dueño de la finca y después con lo acaecido con aquella gente de mil diablos, se le había pasado el día en un santiamén. Mas una vez antes de llegar al pueblo, se sintión un poco mareado, y para prevenir,se apeó de la moto y se sentó un rato sobre una piedra que había en el mismo camino.
Se le fue psando aquel malestar de su cuerpo, y cuando reemprendió el camino ya declinaba la tarde e iba llegando la noche. Celebró haber llegado a la pensión donde esperaba encontrarse más sosegado en compañía de Dora y el "doctor".

Entró derecho a la cocina y se dirigió a la chimenea donde se llevó la sorpresa más grande de su vida. Allí donde tantas noches mantuvo la tertulia con el "doctor", al amparo de la lumbre, no exístía nada que diese rastro de haber habido fuego nunca. Aquello estaba desierto, comido de polvo y suciedad; allí no había sillas ni nada que diese muestras de que hubiese estado habitado. Sólo unos viejos apaños de siglos se veían allí arrinconados como eran los yares, un tentemozo comido de polilla y otros apaños caseros como una tenazas que detectaban una ancianidad de siglos...

Conrado sintió un miedo horrible y se dispuso a llamar a Dora, pero la voz apenas le saliá del cuerpo. Lo volvió a intentar y comprobó que allí no habitaba nadie. Se fue medrosamente hacia una puerta que estaba semiabierta,empujo con todo recelo y vio un salón enorme con más de vente sillas comidas de polvo y mugre en las que, sobre el asiento de cada una había un libro destrozado por el paso de los años.
Al fondo vio como en un destrozado sillón había un esqueleto momificado con la dentadura descarnada y dientes alargados; las oscuras cuencas de los ojos, ennegrecidas, los salientes husoso de los pómulos y su total imagen cadavérica daba la impresión de haber pasado por ello varios siglos.

Aquello para Conrado no era menos que un milagro y, sobre todo, que el miedo que sintió al ver como estaba la chimenea, le había desaparecido de su cuerpo y se encontraba allí curioseando tal como si estuviese en un museo anatómico... ¡¡Qué cosa más extraña!! Continuó observando por allí alguas cosas más y se acercó a aquel esquleto que en los largos huesos de sus dedos descarnados sostenía aún un destrozado libro con las paginas amarillentas. Se fijó en la pared frontera y allí comprobó que en un cuadro enorme, borrosamente podía distinguirse una foto de un señor con unas barbas que le lleganan al pecho. Aquello sí le infundió miedo y aceleró el paso por salirse de allí.

Al abandonar aquella estancia sintió aún más miedo cuando oyóotra vez la voz de un niño que decía: --"Mamá, tengo frío, tengo hambre". Aún le quedaba un resto de valor, y voceó, con el vello de todo su cuerpo erizado, preguntando quién había por allí. Otra vez la voz del niño que demandaba alimento y abrigo. No pudo aguantar más y saliéndose para la puerta echó a correr calle abajo en la oscuridad de la noche...

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Rafael 1957