jueves, 21 de enero de 2010

EN ESTADO DE COMA--CAPÍTULO XIIII

Llegó el otro esperado día y salió como siempre lo solía hacer, casi al azar, por cualquier camino que le permitiese circular su moto.
Ya retirado del pueblo enderezó una nueva ruta que le llevó, entre olivares, a una finca blanca como un pueblo de Cádiz, que tal parecía una perla engarzada en una gigante esmeralda. Llegó a dicha finca y salieron a saludarle dos o tres chuchos delatando su presencia.

Diose el caso que allí habían terminado la recogida de aceituna, y como final de temporada lo estaban celebrando a todo lo grande que se pùede celebrar un acontecimiento en una finca de campo.
Aceituneras y aceituneros con otro personal del cortijo estaban reunidos en buen compañerismo en la amplia cocina de aquella heredad. Alguien se percató de un ruido extraño de motor y así se lo comunicó al dueño. Éste salió para la puerta y se topó con un motorista. Le preguntó el motivo de su visita y Conrado le informó del negocio a que se dedicaba, y por tal motivo se aparecía por allí buscando clientela para su "industria".
El dueño de la finca, ante aquella declaración tan espontánea como inesperada, persona campechana donde las hubiera y hombre de gran bondad, muy lejos del "señorito" andaluz y déspota de aquellos tiempos de autoritarismo burgués, sino de un verdadero señor que, aunque sin estudios ni otros adornos exteriores de que presumen algunos ciudadanos, le dijo al motorista que pasara a su casa y que pusiese la maleta en lo alto de aquel largo poyo de mampostería y que la abriera. Dirgiéndose
al personal dijo con voz alta y clara: Señoras, señoritas y caballeros. Tolo lo que contien esa maleta que hay ahí en lo alto, ya podeís ir repartiéndoselo equitativamente, pues es un regalo que les quiero hacer a todos.
Cada mujer y hombre tomaron lo que mejor les vino, el señor Apolonio (que asi se llamaba el dueño de la finca) disfrutaba de ver coger cada uno lo suyo mientras el contanido de la maleta de Conrado iba decreciendo has quedar totalmente vacia, de todas aquella baratijas como eran collares, pulseras, mecheros, navajas y alguna otra prenda íntima de vestir, como unas bragas y un camisón que una joven cogió para hacerle un regalo a su madre...

Conrado reventaba de alegría y contento por haberse encontrado en ta buena hora con aquella finca y con la bondad de su dueño que le iba a solucionar el negocio de toda la semana.

Los mozos y mozas continuaban su fiesta inmersos en esa alegría que provoca la juventud. Mientras el señor Apolonio y el vendedor trabaron conversación, en la que se interesó por el nombre de aquel vendedor ambulante.

--Mi nombre es Conrado, para servirle, y soy de un pueblo de la Mancha, provicia de Toledo; concretamente de Yuncos.
--Por aquella parte de España también habrá olivares,¿no?
--Sí, pero aquello no tiene comparación con lo que existe por aquí. Es un terreno casi todo de tierra calma con extensas llanuras y, aunque hay algunos pequeños pagos de olivos, eso es nada de nada comparado con esto de la provincia de Jaén,y, los que entienden algo de la materia, dicen que el aceite que produce aquello es de baja calidad. Yo, desde luego no entiendo nada de esta producción, aunque me gustaría saber algo de ello.

Pues verá usted, Conrado, yo puedo contarle algo de lo que aprendí en esta finca que fue de mis abuelos, luego de mis padres y ahora, por suerte, es mía.
Yo mismo trabajé aquí de joven, pero cuando muchacho, mi abuelo me enseñó e instruyó
de todo el macanismo de estas labores que también tienen su aquello de aprender. Tendría yo unos diez u once años, cuando mi abuelo Juan me explicaba todo el dasarrollo de la molienda y extración del aceite en aquellos tiempos que, ya son muy distintos a éstos. Se me viene ahora a la mente el primer maestro de molino que yo conocí aquí. Se llamaba Ataulfo y era de Cuenca; pues según mis ancestros decían que no llegaban comprende muy bien el porqué los maestros solían venir de Castilla, aunque los oficiales y contramaestres era de aquí. También lo eran los ayudantes y los "cagarraches" como vulgarmente se les llamaba a los peones. Éstos hacían diversos oficios: husilleros, para manejar las vigarras; un peón de patio que cargaba las espuertas en el troje; un atizador que arrimaba las aceitunas a la piedra moledora; el tolvero, que llenaba la tolva del empiedro; el mulero, y otros.
Durante meses lo único que se oía aquí en el molino era el run-run de los rulos de día y de noche, la masa o vianda iba saliendo de la piedra, y cuando el maestro decía que estaba hecha, el cagarrache ponía el primer capacho en la regafia y vertía cubos de masa para que el maestro la extendiera homogéneamente por el esparto.. El conjunto de una presión es el cargo, pero tabién, según los sitiso le llaman pie, cabeza o tarea.

Conrado poniendo toda atencióna decía:-- qué curioso es todo ésto- además de admirar la memoria del señor Apolonio recordando aquello que sus mayores le habían enseñado.

Ya en mis tiempos--contiaba el dueño del molino-- sólo existían para el trasporte los sacos de esparto a lomos de las mulas. Había un montón de acarreadores que no paraban de coger aceitunas en los tajos que, luego, en algunos molinos se formaban colas de recuas hasta de un kilómetro de largo, esperando turno para pesar y vaciar la aceituna en los trojes que iban creciendo como una negra montaña, hasta alcanzar diez o más metros de altura, porque con los malos apaños de las fábricas de entonces, no se daba abasto, aunque trabajaban turnos de día y de noche.
Pues una vez molida ya la pasta resultante, pasaba a la prensa de viga que apretaba la prensa de capachos contra una piedra de solera (regafia) circular con un canal en su entorno que escurría el aceite sobre el ragatillo del depósito de decantación, del cual se retornaba el aceite y se filtraba antes de guardarlo en tinajas etc,etc,.

Llegó aquí la extesa explicación del señor Apolonio recordando los antiguos manejos de aquel laborioso trabajo y le preguntó Conrado: -Aún siguen todos estos apaños en vigor?
--No, amigo, ahora todo es más fácil. Ya existe la prensa hidráulica y lo demás todo es eléctrico...

Allí en la amplia cocina continuaba la fiesta de la gente joven. De la garrafa que había sobre el poyo, se iba llenando un botijo de los vidriados de Bailén, de aquel vinillo qu estaba viniendo como el aceite a las espinacas, que en su recorrido de ronda no pasaba dos veces por el mismo sitio en que ya no estuviese vacío. Aquel líquido dorado le iba poniendo a tono a todos y no dejaban de cantar y bailar aquella especie de seguidillas manchegas, mezcla de jota aragonesa con tintes de sevillanas.

A todo aquel trajín le sucedían las letras picarescas que la ingeniosa gente del campo suelen componer para dar un tinte amoroso o malintecionado de índoles eróticas, algunas, con lo que ellos, ya calentones, disfrutaban como enanos. ¡Eran seres humanos que nada ignoraban..!
Una joven muy resueltacomenzaba diciendo con su letra.

"En un sitio muy oculto
tengo un tarrito de miel;
no se lo digas a nadie
que nos lo hemos de comer."

A lo que contestaba Juanillo, un cagarrache atrevido y nerviso que poseía cierta gracia.

"El pimiento ha de ser verde;
el tomate colorao;
el pepino largo y tieso
y el higo negro y rajao"

Otra vez se llenaba el porrón de vino que, en dos rondas había quedado más vació que la cabeza de don Quijote.
La casera no dejaba de freír los torreznos de panceta magra, los chorizos de pimentón y la morcilla de cebolla. Aquel festín cada vez se animaba más y se sucedía el baile y las coplas pero sin dejar de beber y comer.

Ahora era otro mozo el que cantaba esta otra copla:

"dieciseis años tenía
la niña que me lo dió;
pero sentía lo mismo
que una persona mayor"

Otra vez había que llenar el botijo para hacerle pasar a la morcilla y la panceta por las doloridas gargantas, de tanto cante... La fiesta se iba desbordando, y las féminas que en reunión son el mismo demonio en acción, ya estaban tramando algo que Juanillo jamás sospecharía.

Los instrumentos "musicales" que, durante la temporada de recolección habían estado descansando en los atillos de cada aceitunera, ahora se estaban desquitando de todo el tiempo de inactividad.

María tocaba sin descanso su pandereta adornada de papelillos de mil colores; Isabel, sus palillos de pequeños platillos de latón, capaces de romper el tímpano de un elefente; Aurora no tenía "instrumento... musical" y echaba mano a una sartén y una cuchara formando un estruendoso escándalo; Lines manejaba sus castañuelas con una habilidad de profesional; era esta muchacha de un físico tan atractivo que dado a la ingenuidad con que actuaba, le hacía creer a Juanillo que estaba "pirrá" por él, y éste que se lo creía, siempre estaba a su lado dándole la bulla, pero ella era más formal de lo que los demás se creían. Sus chistes tenían mucha gracia y también se inventab sus atrevidas coplas:

"no hay especie como el ajo,
ni fruta como el madroño,
ni mujer que no se alegre
cuando le tocan el...moño"

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rafael

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Rafael 1957