martes, 19 de enero de 2010

EN ESTADO DE COMA--CAPÍTULO X

A Conrado no le pareció mal la confesión de su patrón, pues él a parte de fumar algún cigarrillo,(siempre después de comer)tampoco tenía mucho compromiso familiar, y su vida se deslizaba todo lo feliz que sus cadenas, esas que todos arrastramos sin darnos cuenta, le permitían. Sólo de vez en vez, cuando su motocicleta se ponía en rebeldía, entonces se pasaba algún mal rato.

Al día siguiente, como de ordinario, salió Conrado con su industria a lomos de su moto por uno de aquellos caminos, y al cabo de una media hora, llegó a un pequeño poblado. En el centro de la plaza unos hombres hablaban en voz alta sobre las injusticias de la Administración. Cómo tenían olvidados a los pueblos pequeños, mientras en las grande urbes disfrutaban de todo beneficio de la contribución de los demás habitantes del país...¡El eterno abuso de los que mandan!--se lamentaban--.

Se aproximó el vendedor a donde éstos estaban, les dio los buenos días y acto seguido trabó conversación con ellos ofreciéndole sus artículos.
Uno de los cuales, posiblemente el pregonero de aquel poblado, sacó un silbato del bolsillo de su pelliza, y haciéndolo sonar, comenzaron a abrise las puertas de las próximas casas, que se fueron extendiendo por las demás de aquel ventorro, y una almáciga de mujeres mayores,(las jóvenes estanban en la aceituna) aparecieron a aquellas llamadas del silbato y, en un santiamén cercaron al vendedo ambulante.
Allí, en aquel lugar tan pequeño, increiblemente, Conrado dio un golpe de suerte más a su "industria". Entre relojes,pulseras, zarcillos, navajas y también alguna que otra prenda de vestir que quedaba en el fondo de la maleta, dejó ésta totalmente vacía.
Pues ya no podía continuar hacia adelante por falta de género. Se volvió más contento que las castañuelas de... una bailaora, y nada más llegar a la pensión le notificó Dora, que el cosario había dejado unos paquetes para él. Los inspeccionó y efectivamente procedían del pueblo valenciano donde tenía su proveedor.

Llegó la noche, cenó Conrado muy contento el plato de habas secas que Dora le sirvió, y tras dar varios paseos por la amplia cocina fue asentar sus posaderas a la querencia del calor de la chimenea, encendiendo su cigarrito.

Unos minutos después se personó el "doctor", y empalmaron la conversación que unas noches antes quedaron en el aire, y el señor Joaquín le anunció que le iba a hablar de algo interesante de lo que él impartía a sus alumnos.

Al llegar a este punto, recordó Conrado lo que unos días antes le había confesado Dora "secretamente". Mas el comercial no queriendo insinuar nada con palabras ni gestos, le contestó que, como siempre, le escucharía muy atento... ( Aquí dice el autor que estas palabras las dijo Conrado con cierta ironía) pero con la discreción que aconsejan las buenas normas de educación, le siguió la corriente.

Comenzó diciendo el "médico" que el último componente de la familia de la seretonina, quizá uno de los neurotransmisores de más rabiosa actualidad, ya que se le ha implicado en el control del dolor, del tono postural de la inhibición del hombre y del sexo, de frenar la impulsividad, amén de modular el estado de ánimo; por lo cual, las sustancias que incrementan su acción (impidiendo la recaptación del axón y aumentando la oferta en la sinapsis) se han utlizado no sólo como potentes antidepresivos, sino también para controlar los impulsos excesivos o las compulsiones. La seretonina, esta dama de actualidad, proviene fundamentalmente, ¡oh paradoja! de la dieta habitual, (cereales y leche sobre tdo) y, en concreto de un aminoácido presente en estos alimentos(el triptófano)que posee hasta diez receptores distintos y se encuentra localizada sobre todo, en el tronco cerebrar desde el cual se distribuye a todo el cerebro.
Fíjese ahora, amigo Conrado, --contihuó el "doctor"-- lo que son las ignorantes costumbres de los antiguos y no tan antiguos, en las creencias (se puede decir del mundo occidental) de tomar leche antes de acostarse que, quizá provenga del acervo popular que sigue sosteniendo que la acción de este alimento (rico en triptófano) ayuda a anunciar un sueño reparador.

Llegando a este punto dijo Conrado: - Señor "doctor", esa opinión es muy extendida por mi pueblo, y si la leche está calentita, mejor que mejor.

--Bien, Conrado, pero sin embargo no está demostrado científicamente; pues la seretonina no proviene de los alimentos, sino de una glándula situada en el mismo cerebro denominada epífisis o glándula pineal.

--Bueno, "doctor", pero lo de la leche ¿es verdad o no es verdad?
--Ya le he dicho que no está demostrado.
--Es decir, que es mentira.
--Tampoco he dicho eso ni lo diré; pues en todo caso podría decir que no es exactamente cierto, ya que esa forma tan tanjante y un tanto vulgar, yo no se lo suelo decir a mis alumnos.

Ya era más que seguro lo que Dora le había comentado con respecto al señor Joaquín. Estaba más que contactado que aquel viejo no estaba bien de la meolla y, aunque a él le distrajera oirle hablar de esas cosas que, por supuesto no entendía nada, ya empezaba a dudar de muchas de sus palabras y, sobre todo en aquellas que siempre acababan en "ina"...

Poco más duró aquella noche la charla entre aquellos dos hombres, pues el "doctor" con una tranquilidad pasmosa se llevó una mano a la frente, como aquél que repentinamente recuerda algún olvido, dijo:
--Amigo Conrado, acabo de de darme cuenta que a uno de mis discípulos no le he revisado el trajao de las clases de esta mañana. Se levantó de su asiento y dando las buenas noches se dirigió para su "Universidad".

Conrado echó una mirada hacia el techo y pensó qué le rondaría al señor Joaquín por su mente para creerse tando disparate.
También se fue éste para su dormitorio pensando qué camino tendría que emprender al siguiente día para seguir con sus ventas.

Salió al fin por uno de aquellos lugares trillados por aceituneros y otras gentes de campo que por allí se buscaban la vida. Al poco de caminar con su vieja moto, vio venir una recua de burros con sus serones vacíos. Eran los que llevaban a aquella carretera la piedra que los picapedreros deshacían a golpes para adecentar la única vía de tránsito de los pocos autos que por ella sirculaban y que por aquellos tiempos existían.
El arriero de aquella recua de burros, un monzangón de pocos años y poco seso, cuando vio venir en dirección contraria a aquel sujeto con una moto por aquel infernal camino, se quedó un tanto extrañado al ver que por aquel terrizal pudiese circular un artefacto rodante. Voceó al burro liviano para que se detuviese, y cuando él, que montaba el último, se encontró a la altura del motorista, le preguntó:
--¿A ónde va osté poraquí conese cacharro?

--Soy vendedor ambulante y voy buscando alguna cuadrilla de aceituneras por ver si le puedo vender alguna cosa de las que llevo en mi maleta.
--¡Y qué lleva?
--Muchas cosas y variadas.
--Me pue enseñá argo de eso?
--Pues claro que sí! Abrió Conrado la maleta, y nada más ver el arriero una enorme navaja que sobre los demás artículos estaba, dijo aquel mocetón:--Esa e la má grande que lleva y cuanto vale?

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Rafael 1957