lunes, 18 de enero de 2010

EN ESTADO DE COMA-- CAPÍTULO IX

¿Cómo ir y volver con la rueda a cuestas? ¡Imposibble! Tenía eue buscarse un medio de transporte. Preguntando aquí y allá, un vecino de buena fe le resolvió ese problema. Le prestó una burra para que hiciera el viaje. El mismo dueño de la pollina le aparejó el animal, y Conrado montó en ella con la rueda terciada sobre la parte anterior del aparejo. La burra era más lenta que una tortuga con artrosis y, además se encontraban padeciendo los tormentosos efluvios del amor. Sólo hacía mascar y hechar babas por la boca, y por más que Conrado la aguijoneaba para que anduviese más aprisa, ella no estaba dispuesta a cambiar de paso.

Diose el caso que por el mismo camino, en dirección contraria, venía un recovero con un hermoso garañón donde traía sus angarillas y cenachos repletos de huevos para abastecer a aquella comarca.
Al llegarle al hermoso asno aquellos provocadores olores que desprendía aquella ejemplar hembra, comensó a sentir los desos de la sexualidad, y alzando el belfo superior, donde mostraba sus amarillentos y almendrados dientes, comenzó a impacientarse y a dar unos rebuznos escandalosos y unos movimientos tan brutales
que, el dueño tuvo que apearse y tomar tierra porque ya no podía sujetarlo. Y ya en el suelo lo cogió del cabestro fuertemente, pero el semental ya armado... caballero no lo sujetaba ni la madre que lo había parido. Como cada vez le llegaba más cerca el viento que desprendía la receptiva burra, en un racoveco del camino apareció ésta con Conrado a sus lomos y la rueda de la moto, el asno dio una rara y extraña cabriola, y deshaciéndose de su dueño se fue con todos brios en busca de la solícita hembra que, al ver aquel "mocetón" de burro, se abrió de patas y el macho se lanzó sobre ella dando en el suelo con Conrado y la rueda, y buscando la parte opuesta a la boca de aquella deseosa "amiga", le echó las patas delanteras sobre su grupa y se le vino la carga hacia atrás dejando sobre el camino una enorme tortilla de cascarones y llemas.
Visto ésto por el recovero, montóse en un cólera de nervios cualpando a Conrado de aquel desastre que hacía desaparecer su industria. Conrado decía que la burra no era suya y que él no tenía la culpa de lo ocurrido. Pero al recovero cada vez se le desataban más los nervios estando a punto de volverse loco; pues echó mano a una soga y se fue directo a una encina para ahorcarse viendo la ruina que le había proporcionado aquel desgradable encuentro con aquella burra.
Conrado le daba voces desde el otro lado del camino diciéndole que si por los huvos se iba a ahorcar, a lo que repondía aquel furioso hombre diciendo que no era por los huevos, sino por el pezcueso.
Conrado quería aclararle que no había dicho aquella frase con la intención que él lo había tomado, y corriendo en su auxilio le pudo convencer que no cometiera tan desastroso disparate de acabar con su vida. Aquellos dos hombres discutiendo la cuestión, era un caso verles allí en medio de aquel descampado gritando. El recovero empezó a calmarse y Conrado pudo quitarle de la cabeza aquella mortal intención, miesntras el burro y la burra disfrutaban del necesario placer del sexo.

Después de todas aquellas peripecias retornó el motorista con la avería de la rueda solucionada.

Aquella noche el "doctor" no pudo asistir a la tertulia; pues una de aquellas mutaciones que solía sufrir, le tenía sumido en un estado raro y debío irse muy temprano a la cama, quedando Conrado en compañía de Dora al calorcito de la chimenea.

Aquella noche se enteró el "comercial", por aquella mujer que, aun con su prudencia, declaró al vendedor algunos secretos de aquella casa y de su dueño. Ella sabía del
descarriado cerebro del señor Joaquín (que así se llamaba el "doctor"), aunque cuando no estaba atacado por aquella "desgracia", era el hombre más razonable y normal del
mundo. Aquel cascote de metralla de la pasada guerra le había dejado secuelas incurables, aunque muy esporádicas, trastornándole de todo en todo su cabeza.
Ella lo observaba desde que salió de la cárcel y se daba cuenta que estaba trastornado. En sus días de desvarios, presumía en su amplio salón(donde no dejaba entrar a nadie y que él se imaginaba su aula de Universidad)de impartir clases de psicología a los numerosos alumnos que bullián en su imagnación. Dora lo sabía,y se daba cuenta que no andaba muy bien de su cabeza.

Aquel anciano veía con los ojos de la imaginación, ser no menos que un catedrático de Universidad, y su principal manía era la de explicar, a todo el que cogiese a su alcance aquello que en sus libros leía diariamente, y que el cosario de aquella zona, cada quice o veinte días le traía de la capital por expreso encargo de él.
En los días de lucidez era la persona más cuerda y razonable que se pudiese tratar, poseyendo una memoria sin límites.
Innecesario es decir que a Conrado le gustaba oírle, aunque no entendiese una papa de lo que hablaba, pero era ¡tan ameno...!

Unos tres día estuvo el "doctor" sin parece por la cocina, lugar de reunión donde aquel hombre se desahogaba explicando a Conrado todo cuanto le venía a su mente.
Al cuarto día salió de su "Universidad" con algo de mal color en su rostro, pero portando en sus manos el consabido libro que jamás soltaba en parte alguna. Se sentó junto a la lumbre, y Conrado muy atento se levantó de su asiento para saludarle y preguntarle por su salud. Respondió atento a la pregunta del vendedor diciendo: Yo, siempre me encuentro bien. Mis métodos de vida son lo suficientemente austeros para que los enemigos de la salud no la tomen conmigo e incluso ni me echen cuentas; nunca he fumado ni he tomado alcohol y por lo cual tampoco tuve problemas. No me casé ni tuve hijos y me ahorré de los pocos ratos buenos y de los muchos malos de ese compromiso.

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Rafael 1957