domingo, 15 de noviembre de 2009

OTOÑO.

Cuando el sol, siempre de oro.
va tintando el color del día
y el cielo en un momento
se torna en amarillo,
del terrizo suelo se alza el pajarillo
lanzando por su rojo pico
un concierto de alegre melodía.

La sombra, por los claros donde
el sol entra, se pierde de la umbría,
haciendo del ramaje celosía,y,
el nocturno animal, temeroso, se esconde.

A buscar el sustento de ordinario,
en bandada se lanza la paloma
del ático y viejo campanario,
picoteando por la yerma tierra
la esparcida y enterrada semilla
que el aire de la era, un día,
transportó tras la faena de la trilla.

El desnudo árbol, ya esqueleto,
invisible desparrama su sombra,
al rendir subordinado y con respeto,
el sombrero de copa de sus hojas,
amarillo tapiz que sus pies alfombra,
del viento otoñal que lo ha mecido.

Renovación de la Naturaleza,
que tiene organizado con fijeza
en desnudarlo cada año,y,
darle al tiempo justo, su vestido.

La tierra parda y la nube oscura
se confunden al lejano horizonte:
el monte con el llano
y el llano con el monte.

El pino y el ciprés no se distinguen,
y el roble se confunde con la encina.
Todo en un matiz tan sin colores,
que decir se puede con motivo,
que el campo se ha quedado
si vegetal, sin flores...

Pues el verano se ha llevado
hasta el verdor de la hoja del olivo.
Tan sólo allá en la sierra, queda,
la solitaria adelfa del arroyo,
vecina de un rojo madroño;
pero tan solos que decir se pueda
que siguen abiertas las puertas del otoño

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rafael

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Rafael 1957