¡Ah! De la noche trágica me acuerdo todavía.
¿El ataud heráldico en el salón yacía;
mi oído fatigado por vigilias y excesos,
sentían a distancia los monótonos rezos!
Tú, mustia, yerta y pálida entre la negra seda...
La llama de los cirios temblaba y se movía;
perfumaba la atmósfera un olor a cera...
Un crucifijo pálido los brazos extendía,
¡y estaba helada y cárdena la boca que fue mía!
lunes, 9 de noviembre de 2009
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