sábado, 19 de junio de 2010

POBRE NIÑO, TERCERA PARTE

Aprisa, por favor, --gritaba la mujer—con voz descompuesta y nerviosa.

Reemprendí la marcha con algo de más velocidad que lo accidentado del camino permitía, mientras escuchaba los lloriqueos, entre dientes, de aquel padre que no podía concentrar su ánimo de hombre al que, su mujer animaba con palabras d esperanza.
Yo miraba al chiquillo con disimulo, y el desfondado ánimo del padre me daba la razón
del estado de gravedad del enfermo… “¿Usted sabrá cual es el pueblo más cercano, verdad?”, me preguntó la mujer con palabras cada vez más excitadas, mezcla de pena y esperanza, queriéndome agradecer con la triste mirada de sus ojos, el primer remedio para la salud de su hijito.

--Sí, lo sé pero esa no es mi ruta.

--¿Qué usted no va para ese pueblo?

--No iba; ahora iré para donde sea menester.

Casi no me dejó terminar la frase, y asiéndose con sus nerviosas manos a mi brazo derecho, me repetía, casi rayando en la demencia. ¡El Dios se lo pague!

Por una de las muchas curvas que, creo aún hay por la entrada de ese pueblo, me hizo el alto la pareja de la Guardia Civil dispuestos a sancionarme por estimar que mi vehículo circulaba a más velocidad de la imitada y de las circunstancias que el camino permitía… Les Expuse el motivo, y los dos guardias miraron al enfermo y luego se miraron entre sí. Arranque pronto y váyanse –dijeron--.

En mis años de profesión, sólo en este especial caso, vi a la autoridad ceder ante la infracción.

Unos días después, cuando regresábamos de nuestro habitual cargamento de ese extenso y bonito Valle de los Pedroches, nos detuvimos frente a aquella astrosa casilla de peones camineros; subimos a preguntar por el enfermo, pero ya no vivía allí aquella familia. El niño,(nos dijeron los nuevos empleados) ya se encontraría por los caminos del cielo entretenido el juego de la paz y la eternidad. Los padres, ante la mayor desesperación por la pérdida de lo que más se quiere en este mundo, no sabían ellos el camino que habrían emprendido buscando un consuelo para tan tremendo dolor.

Rafael.

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Rafael 1957