lunes, 7 de junio de 2010

EL PERRILLO, SEGUNDA PARTE

Cuando voy visitando los árboles frutales, allá en el huerto, viene detrás de mí tirándome bocaditos de cariño en los bajos de mis pantalones obstaculizando mi caminar y haciéndome a veces tropezar con él.¡Qué travieso! Pero es que, además de pequeño, es joven, y ese es, como el de los niños, su trabajo:¡¡Jugar!!
En su territorio no hay quien le tosa. ¡“Cada uno es señor en su casa”! Cuando oye el motor de mi auto, sale loco de contento a mi encuentro. ¡Cuántas fiestas, qué de caricias y agradecimientos cuando husmea el contenido de la bolsa de su comida!
A semejanza del guardián de una obra en construcción que vive su jornada en solitario silencio, él también sufre y soporta, resignado, esa marginada y aburrida soledad donde quizá tenga sobrado tiempo de pensar…¿Quién sabe, qué?

Desanudo el talego y deposito su contenido en el único plato de su “vajilla”, ribeteado de reseca suciedad de su anterior comida; pero él no se fija ni prejuicia detalles.¿Qué más da? Sabe que ha nacido ya siendo perro. Llena su peluda barriguita de las necesarias proteínas y después, con su rosada lengua sorbe un poco de agua como para enjuagarse su dentadura, y ya está dispuesto para echar un ligero sueño a la sombra de la encina grande, que, quizá uno de sus puntiagudos frutos desprendido por el viento, lo despierte de un sobresalto… Después viene hacia mí, me mira fijamente como queriendo confidenciarme algo que yo, torpe, no acierto a entender. ¿Qué me querrá contar? ¿Habrá pasado alguien por el camino fijando su malintencionada mirada en él?
De lo que estoy seguro es que de algo me quiere informar, pero yo lo entiendo.
Qué animalidad la de los humanos no podernos comunicar con otros de nuestro reino!

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rafael

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Rafael 1957