martes, 1 de junio de 2010

COINCIDENCIAS

Salí con mi amigo “Currillo” por el paseo marítimo, muy temprano por cierto y, aunque está prohibido llevar los perros sueltos, yo me salté a la torera dicha ordenanza.
Caminamos un largo tramo, y no se veía un alma a aquellas horas. Mas un poco más adelante tropezamos con un señor que asimismo llevaba su perro suelto. El mencionado perro de este señor tenía cara de malas pulgas, y cuando vio a Currillo se lanzó sobre él intentando asustarlo cuando lo vio tan pequeñín; pero como las apariencias suelen engañar, aquel animal lo que quería era jugar con Currillo y éste, tomando confianza con aquel, optó por hacer lo mismo.
Aquel señor parecía que no le gustaba que su perro jugara con el mío y se dispuso a cogerlo para amarrarlo. Me di cuenta de su intención y quise hacer lo mismo con el mío, mas ellos dos estaban enfrascados en sus juegos y no se dejaban atrapar.

Aquel hombre, un tanto enfadado gritaba a su mascota pero éste no le hacía el menor caso. Yo comencé a llamar al mío, como es lógico, por su nombre…Currillo, Currillo, ven aquí, pero a Currillo le “suaba” el… hocico de mis llamadas. Yo, cada vez más nervioso y cabreado no dejaba de mentar su nombre. Pero a aquel “sujeto” parecía que no le gustaban mis llamadas y un tanto enfadado me dijo:--Oiga, usted no tiene el porqué minimizar el nombre de mi perro. Quedé absorto sin entender una palabra.
Él cada vez más enfadado, nuevamente se dirigió a mí y me aclaró:-- mi perro se llama Curro y no Currillo. Yo me eché a reí, me acerqué a aquel señor y le aclaré que yo a quien llamaba era a mi perro que se llamaba “Currillo”. El hombre con rostro más amistoso dijo:-- ¡Hay que ver lo que son las coincidencias! Nos estrechamos las manos, atamos a los canes y nos fuimos a tomar un café a un kiosco del paseo.

Rafael

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Rafael 1957