lunes, 7 de junio de 2010

EL PERRILLO, PRIMERA PARTE.

EL PERRILLO.


No más grande que el ovillo de lana que resbala por la falda de la abuela cuando está haciendo el saquito del nieto, es su blando cuerpecillo. Se podría decir concisamente que no tiene huesos, cual fuese el Platero de Juan Ramón.
No es un perro como otro perro.¡Es muy diferente a otro! Como somos todos los seres.
Son tan puntiagudas y erectas sus orejillas, que parecen dos pitas saliendo de la tierra…¡Qué ojos más brillantes y más negros! Diríase que el carbón queda empobrecido en su color, comparado con la negrura de sus cristales.

Su rabo no es que sea largo, pero muy llamativo por su continuo movimiento, tal como si un resorte mecánico lo moviese. Sus patas (o más bien patitas) que se dejan ver por su peluda envoltura, no son tampoco iguales entre sí; una la tiene más corta…¡Nadie es redondamente perfecto! Él, como otro ignorante cualquiera, parece que se avergüenza de su natural defecto, y esconde su extremidad bajo su peludo cuerpecillo cuando se echa frente a mí, jadeante, por sus locas y alegres carreras. ¿Pensará, como los humanos, cuando queremos ocultad alguna fealdad, física o espiritual, sin darnos cuenta que así es como la estamos mostrando con más exposición?

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Rafael 1957