La tarde calurosa se moría
y a medida que el fuego se apagaba,
del sofocante sol, que ya se hundía,
el monte agradecido se animaba
y la alegre vega, contenta, sonreía.
Se cargaban los aires de rumores
y bailaban las hojas de alegría,
en la azul atmósfera, rica en fulgores
la luz crepuscular se derretía...
¡Sólo la de la tarde hay en el mundo
que se pueda llamar bella agonía!
viernes, 30 de octubre de 2009
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